En las Cabezadas. Tal como popularmente las conocemos, y
tienen lugar en estos tiempos que vivimos, los políticos doblan sus cuerpos,
algunos en exagerada y gestual postura, ante el Cabildo Isidoriano que les
despide. ¿Son ellos mismos o es el pueblo al que representan, el que doblando
la cerviz ha de someterse a sus designios?
¡Designios políticos, quede claro!
Yo no me veo reflejados en ellos,
ni con ellos; pues creo que hay mucho “corregimiento” con potencia, y poco pueblo en potencia…o en ausencia; si
ésta, cual puro sentimiento de ser leonés, pudiera tomar corporeidad. Si bien debo añadir que soy y seguiré siendo amante de las
tradiciones leonesas,
Dicho esto, tengo que apuntar que parte de esto
surge después de la lectura de la Tribuna” de Máximo Cayón Waldaliso, Cronista oficial de
la ciudad de León, que, por afianzada y documentada, merece todos mis respetos.
No obstante
queriéndome acoger a lo leído sobre la Hermandad de la Sobarriba, en
connotación con lo ocurrido el año 1158,
tengo una versión, puede que con halo de leyenda, pero incardinada en la
Hermandad en cuanto a su participación en aquella procesión/rogativa del año
citado, y los sucesos acaecidos que han ido conformando una tradición.
Nada mejor para mostrar mi parecer que
traer aquí, en parte, un escrito mío publicado en La Crónica de León en junio
de 1999. Permitiéndome, para esta
ocasión, reordenarlo a retazos. Y que está recogido de pleno en mi libro “La lenta
Agonía de la Identidad Leonesa".
El año 1.158, una gran sequía dio origen a la petición de permiso, por
parte del Corregimiento capitalino y de la Hermandad de la Sobarriba, para sacar en rogativa los restos de San
Isidoro; procesión originaria
del voto anual oferente de cera, cuando, allá por Trobajo, el Santo hizo tan pesada su carga que era imposible transportar sus reliquias (una leyenda
es bien conocida) y como agradecimiento por la lluvia que salvaría los campos sobarribanos,
granero y despensa de la urbe legionense.
Debo decir que, en más de una ocasión, he dado mi opinión, creo que
cuidada y cuidadosa, sobre el citado origen
del foro u oferta de cera a San Isidoro; modernamente absorbida por los
ediles capitalinos, y que por su gestual actuación de doblar la cerviz y hasta
la columna, en algunos casos exagerada e innecesaria, ha ido alcanzando la
popularidad necesaria para ser conocida y denominada, precisamente por el
pueblo, espectador siempre, “Cabezadas”.
He dicho que se sitúan en primer término los ediles de cada momento
consistorial, y añado que los actuales, probablemente basados en la fuerza de
los votos, esto es, haber sido elegidos
por el pueblo, se colocan sobre éste,
considerándose actores únicos ante el Cabildo Isidoriano.
El pueblo que siente su pasado, goza mostrándolo, le gusta exhibirlo,
comentarlo y vivirlo, va colocando en pedestales retazos de su ser y
estar. Así que, en piedra y bronce, sus gentes y sus gestas actuarán de
recordatorio perpetuo, y siempre generarán una pregunta en el niño y en el
visitante, revitalizando la historia, o la parte de ésta que nos es afín. Por ello no hay más remedio que venir en
reconocer que nuestra orfandad, en el sentido expuesto, hasta hace pocos años rozaba casi lo absoluto, en tanto los ajenos nos escribían
otra historia.
El 25 de Abril de 1999 se inauguró este monumento a las “Cabezadas”, ubicado en la propia plaza de San Isidoro, obra del escultor asturiano José
Luís Fernández.
Sobre el conjunto haré una breve reflexión crítica, y una
puntualización.
Personalmente entiendo que soporta, otorgado por su autor,
demasiado estatismo “escénico” en los dos personajes,masculinos,un
representante del Cabildo que recibe un hachón de cera, y el Edil que lo
entrega, quienes, por parte de un
periodista y escritor leonés fueron objeto
de “profundo” análisis y jocosa descripción. Comparto algo de lo dicho por él, así como
algún aspecto de lo contestado al respecto por un político del PP, del que discrepo fundamentalmente cuando da
por completo el grupo escultórico.
Creo que falta un tercer personaje, si es que se pretende dar al
monumento fidelidad histórica con del momento inicial del ofrecimiento de la
cera prometida. Falta una persona
representante de la Sobarriba, comarca proveedora oficial capitalina de sus
modestos pero imprescindibles productos al León de la época.
Podía y debía ser, por lo tanto, ese tercer personaje un agricultor de
la Sobarriba. Por merecimiento propio, y
reconocimiento expreso de la realidad aquélla, no debió faltar éste en el
monumento, sino es que lo pedido y propuesto al autor no fue otra cosa que
recordar exclusivamente a los ediles ante el Cabildo, es decir, significar
bilateralmente, lo que sin duda empezó siendo a “tres bandas”, y de cuya muy
posterior ruptura partirían las hoy llamadas “Cabezadas”. Así que para completar el título dado a este
escrito, y ausente toda fabulación, he de añadir: “ni están todos los que son”... en el
monumento.
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