17 de septiembre de 2011

El Alcalde de León capital hoy…


        Y algunos  que lo fueron...



Dicen en Leonoticias: Emilio Gutiérrez pone en marcha el nuevo Consejo de Alcaldes  con el objetivo de analizar y reflexionar acerca del futuro de la ciudad.


En la fotografía que publicaron podemos ver a Emilio Gutiérrez, el elegido en las últimas urnas municipales.  Persona de aspecto serio, sin querer molestar,  parece buscar más hacer notar su obra, que destacar su personalidad; le vemos en la fotografía rodeado de tres que ya lo fueron con muy distintas connotaciones, y que en momentos muy especiales estuvieron enfrentados entre ellos.
Gutiérrez, para empezar su mandato, ha desecho con evidente gasto económico algo que el anterior, ausente en la foto, Francisco Fernández, había ejecutado puede que con más intencionalidad que acierto. Pero el IBI, los impuestos en general, no sólo no se pueden bajar, sino que, disfrazados con la denominación de tasas, se subirán.
 Prometer es fácil, y deshacer lo que probablemente no estaba bien, más resultón; lo peor es que ha costado un dinero que se podía haber empleado en otros menesteres.
De los otros personajes, en orden a antigüedad, diré algo.
Morano, “biomédicas” aparte, es el más controvertido, populista y peleón, quien, además de parques, y peatonalizaciones no demasiado bien ejecutadas, nos dejó un legado de infidelidad a la idea autonómica del pueblo leonés.  Jugó a ser leonesistas con el arrobamiento primigenio de los sufridos leoneses. Nos ofreció  pan y circo,  y entramos al engaño; en tanto él aprendía, y con agilidad, a ejercer de político, haciéndonos escuchar el mensaje autonómico que, eso sí,  queríamos oír, aun cuando él ni lo sintiera ni le interesara.
Alcalde desde 1979 hasta 1995. Tan sólo un pacto cívico, por él llamado cínico, le apartó dos años, más o menos, desde 1987 a 1989 del bastón de mando. Este tiempo se lo repartieron: Díaz Villarig, 87/88, presente en la foto; y Luis Diego Polo, 88/89, ausente, por enfermedad dicen, aunque sospechamos que la razón esté en la presencia de Morano.
Díaz Villarig, Médico, Otorrino, elegido entre los pactantes, hubo de vivir como alcalde unas presiones insoportables. El “grupo Morano” no le dejó ni respirar. El abucheo inicial, y la lluvia de huevos nada más tomar posesión del cargo, marcaban el camino de lo que vendría a continuación. No tuvo ni tiempo ni empuje para realizar “obra” que le perpetuara. De estos episodios puede que naciera su vocación de mando, y poder, aunque éste sea relativo; primero en un sindicato profesional, y luego en la presidencia del Colegio de Médicos Leoneses.
Amilivia, presidente que fue del PP en León, goza como premio autonómico: la presidencia del Consejo… Autonómico, ubicado en Zamora, cosa que le sirve al ente para anunciar supuestas descentralizaciones, es el cuarto personaje retratado.
  De reconocida fidelidad al PP autonómico, fue procurador en las Cortes de Fuensaldaña, situó como definitiva en el Consistorio municipal leonés la bandera autonómica.
De él y su equipo dejé dicho en Diario de León, en agosto de 1997: Dentro del afán sorpresivo  municipal de ejecución de grandes obras, merced a los caudales europeos conseguidos, están acometiéndose modificaciones en la capital, tan substanciales, y no muy  ponderadas en ocasiones, que están forzando el cambio de la fisonomía del casco central urbano, con un grave riesgo: la despersonalización del León de siempre.   Y  tampoco es eso.
La intención de Emilio Gutiérrez puede ser buena, y hasta sana, pero a los actores elegidos no les veo con posibilidades, entre ellos y en equipo. Válido para la galería, puede. Pero atención, señor alcalde, ellos no hablaron con el pueblo, puede que sí hablaran al pueblo, lo que es muy distinto, y para lanzar mensajes, no caiga usted en el mismo error.  
Los leoneses, en este caso los de la capital, tenemos que ser consultados ahora y siempre, sobre qué ciudad queremos.

2 de septiembre de 2011

EL PONFEBLINO

De carbonero a tren turístico en potencia.

En septiembre de 1997 escribí un artículo de opinión, en La Crónica, que titulé: ¡Cárguese este trenesito
Tenía el título su origen en una frase que pronunció hace bastantes años, un niño mejicano, probablemente agradecido a mi actuación, pues les había ayudado a reponer una rueda pinchada, inoportunamente, en su viejo “carro” familiar, una especie de “haiga”, allá por Valdelafuente, desde donde hube de acompañarlos, dado su desconocimiento de la capital a un lugar de reparación. La soltó el chaval en tanto en su generosa mano me tendía un silbato, de color azul, muy pálido, con forma de tren.
La parte final del artículo la dedicaba al tren carbonero de Villablino a Ponferrada de la empresa M.S.P., que también transportaba viajeros por unos valles preciosos a orillas del río Sil. Un ferrocarril al que, ya hacía años, le habían suprimido esa hermosa y necesaria faceta, y ahora  con el nombre de PONFEBLINO, como tren turístico, gentes con honrada y generosa intención trataban de recuperarlo”.
En la actualidad, FEVE, experta en vía estrecha, quiere tomar de la mano aquel proyecto, y mejorarlo. La Junta autonómica también tiene voz en el asunto, y eso más que ayudar, lo que hace es frenar, y sin el arenero ferroviario clásico. Con indolencia.
A modo de separata, bajo una fotografía del tren de antaño, coloco un relato, una peripecia personal y muy aproximada a la realidad, que irá formando parte de unas notas casi biográficas de un libro en busca del sentimiento, vivido, llamado leonesismo.



"... Aurelio, en la Estación solitaria y desangelada, reaccionó buscando por las vías a alguna persona del servicio de trenes, por si quedaba alguno de los carboneros que regresara a Villablino.
En una composición mixta de vagones tolva, de carga, y coches de viajeros vacíos, vio a una persona, y rápido acudió allí; se identificó como empleado de la empresa, que necesitaba regresar a Cuevas…
-Voy a ver a Emilio, el del Economato, que está enfermo ¿le conoces?
-Por supuesto. Contestó el ferroviario,  antes de presentarse:
-Soy Fulgencio… y poniendo un énfasis especial en la voz añadió… el maquinista de la 55, aquí, en el trasbordo de carbón.
-Pero hoy voy a conducir éste, añadió, señalando al convoy en vía estrecha de cara a Villablino, en el que, la máquina, de vez en cuando soltaba un corto chorro de vapor de inacción controlada, que ponía un poco de viveza en un entristecido ambiente.
-Voy a arrastrar esta composición dentro de unos minutos, de modo que sube a un coche y aunque no tengo parada en Cuevas rebajaré lo suficiente la velocidad para que puedas apearte.
No dudó ni un instante en subirse al primero de los coches, el más próximo a la locomotora. Era de madera, como todos, y estaba vacío y frío; en él experimentó la destemplanza de una y otra cosa, aun cuando pasara un tiempo hasta que sus ojos, acomodados a la oscuridad,  le permitieran comprobarlo con la escasa luz exterior.
 Dando un brusco tirón, el tren se puso en marcha.
 De nada podía protestar, era lo que había, y la juventud puede con todo. Al punto que, hasta consiguió dar unas cabezadas, rotas por el silbido ocasional del tren en, al menos dos ocasiones, lanzando una tenue columna de vapor a la oscura noche, pitidos que sirvieron para alertarle. 
A Fulgencio, el orgulloso maquinista de la 55, una locomotora de vapor de origen británico fabricada a finales del siglo XIX, y con amplia solera de servicio en Bilbao antes de que la trasladaran a Ponferrada, se le olvidó el pasajero en un tren del que ninguno de los dos eran habituales y no redujo la marcha en el momento adecuado, en Cuevas, de modo que muy a su pesar, Aurelio hubo de seguir hasta Villablino.
Al día siguiente, por la mañana, iría a ver a  Emilio, y el tren sería motivo de todas sus disculpas…"