31 de diciembre de 2011

Algo más que buenos deseos para 2012

El Ramo leonés se ha revitalizado. Ahora marquemos el 2012, en el calendario de las ilusiones, como el de la gran eclosión; su progresión en nuestra sociedad se puede hacer imparable. Pongámoslo entre los deseos para el año que entra.  ¡Pero todos!, participando o simplemente reconociéndolo como algo más que un símbolo, sin que esto sea menor,  como una seña de identidad leonesa arraigada en el nutriente perfecto de las tradiciones que antecesores nuestros han sabido preservar y nosotros intentaremos conservar.


Adornándolo con esperanza de futuro para el Pueblo Leonés, y significándonos como miembros sociales y fieles a una cultura propia, superaremos la inducida etapa de confusión identitaria  que nos ha tocado vivir.  Pasamos página... con un deseo:


 Nada mejor que el propósito de colgar en la más visible de sus ramas el:
 “soy leonés”,  que hemos sabido conservar interiorizado y que demasiadas a veces nos cuesta tanto mostrar.
¡Feliz 2012!

21 de diciembre de 2011

UN RELATO POR NAVIDAD

A modo de entradilla:
La lectura de lo escrito con precisión investigadora sobre La Candamia, por Miguel Ángel González González, despertó en mí algunos recuerdos, especialmente lo relativo a  la vertiente del Portillo, a la que he estado largos años vinculado, y que intentaré plasmar, no sin unas imprescindible pinceladas de inventiva para añadir color a un cuentecillo.

Un pastor en la distancia
Evocando su imagen

La figurita del pastor ha sido siempre pieza imprescindible en los belenes, pues con ella, desde niños, parecíamos caminar hacia el portal, no sin mirar de reojo a los más lentos Reyes Magos.
Como paseante habitual de algunos caminos en la Sobarriba, en especial los más próximos a la capital, senderos de tierra removida que el plan de Concentración Parcelaria ejecutó allá por los setenta del 1900, con la alevosía de llevarse por delante setos y sebes vivas, tuve oportunidad de empezar a ver, en la distancia, a un singular pastor conduciendo un generoso rebaños de ovejas.
Así,  a  lo lejos, corto en dimensiones ópticas, para nada desmerecía  de la figura de barro cocido, apenas decorada ya por el uso, que todos los años, solíamos colocar en familia, con especial cuidado, en el propio “nacimiento”.


En vivo, y fiel a su estampa, parecía integrarse en un paisaje abierto de pequeñas lomas, como si nunca se hubiera movido de allí, en aquellos predios de Corbillos, Villavente o Tendal. Tampoco cambiaba su atuendo externo y compostura, o así conservo fotografiada su imagen en la memoria,  con  un imprescindible tabardo, “todo tiempo”. El zurrón colgado en bandolera, de  lanosa piel del ganado que cuidaba. Y el cayado,  verdadero apoyo y arma conducente de sus reses,  que venía a completar los elementales atributos pastoriles.
 Los ladridos de un pequeño y agitado perro, auxiliar valioso, movido,  inquieto y siempre atento a la voz de mando, aportaban “el audio” al clásico cuadro.
Casi en solitario, por aquel entonces, siguiendo un camino de tierra y piedras, que una vez culminado el Portillo iniciaba una suave ascensión hacia los altos de La Candamia, allí donde los altos pinos ponían el color verde perenne a las arcillosas laderas, se llegaba hasta el mirador de Las Lomas. Abajo, a lo lejos, la capital, y la catedral emergiendo sobre los tejados.
La Fuente del Oro León 664075La marcha tenía también otra meta: alcanzar la Fuente del Oro, donde, un trago de agua, especialmente en verano, era el sencillo premio. Eso justificaba el paseo, pero además, al decir del pastor, no estaba exento de unos agradables bienestares internos, junto al influjo de los sentimientos de pertenencia a aquella tierra.
 Apenas una docena de veces pudimos conversar con cierta calma y largura. Intensas por su parte, pues lo suyo era más hablar que escuchar, sobre todo en los temas que parecía dominar. Y jugosas para mí, dada su convincente facundia.
No era pastor por vocación, lo dejó bien claro desde el primer momento. Y se regocijaba al decir: Puede que mi particular forma de ser y comportamiento, me acerque a la condición de pensador, añadiendo: pastoreo ovejas y pensamientos. Rebotado del Seminario de León, aunque esta faceta más que otra cosa la quería soslayar, ahí estaba, le había marcado y aportado un primer punto formativo, lo reconocía.
Su nombre era Teodoro, pero más bien se le conocía como Dorín… no por pequeñez de estatura; era éste un apelativo cariñoso que cuadraba con su afable personalidad e interés por amigarse con todos.
Nunca le vi tan animado como aquella ocasión cuando estuvimos charlando bajo el paraguas generoso de sombra benéfica, aunque no hubiera sol, de un gran mostajal. Un hermoso ejemplar, al borde del pinar, casi lindante al pedregoso camino de las Lomas, apellidado “de la hierba” por el dueño de la finca donde estaba arraigado, un personaje leonés muy conocido, a la sazón presidente de la Diputación.
Apenas separaban al mostajo ochocientos metros del Vértice Geodésico: el Valenciano. Una “mira”, como la denominaban los lugareños, izada en lo más alto del Portillo sobre una blanqueada y cuadrangular base de hormigón. En tono enigmático, de ella nos habló Dorín, en tanto su rebaño, bien cuidado por el perro, parecía sestear tranquilo. Lo hizo con voz tranquila:
“La noche de San Juan es un momento mágico para que acudáis a ese altozano, en especial si está el cielo despejado y se pueden contemplar las estrellas a pleno brillo, en cada rostro de los asistentes apreciareis el fulgor plateado de las emociones que parecen aflorar.”
Cómo sustraerse a tal anuncio. De modo que, poco o nada convencidos, así lo hicimos. Nos resultó relativamente fácil, teníamos la casa familiar muy próxima, ladera abajo caminando por entre espinosas aylagas con dirección al pedregoso camino…”de la hierba”, y pasando por un espacio“insular”, entre cárcavas, conocido por los cazadores como el lebrero. No nos defraudó la experiencia, pero tampoco sentimos el calambre eléctrico de las emociones intensas. 
En esa misma ladera existía un manantial oculto, ornado de una gran junquera receptora de su humedad; una corriente de aguas subálveas que por un antiguo encañado de morillos circuló hacia un caño con pilón que, según rezaba en su frontis, mandó colocar Carlos IV, allá en la subida por carretera al Portillo.
La variante de la Ronda Este, ”una vía rápida” cargada de semáforos, de infeliz memoria para muchos, en especial para los vecinos de Villaobispo, demandó un nuevo emplazamiento para él, y así, maltratado, unos metros más atrás, perdió agua y prestancia. Para entonces el “camino de la hierba”, asfaltado, le empezaron a llamar carretera de Golpejar.
La abuela de Dorín, una mujeruca muy de la época sobarribana aquélla, la de una Hermandad tan operativa como necesaria, gozaba de condiciones de vidente, diríamos hoy. A su muerte, su madre heredó esa magia, y él esperaba atemorizado, repetía una y otra vez, alcanzar ese don, aunque de momento tan sólo ejerciera como zahorí, varas en mano, para detectar la presencia subterránea de agua.
No tuvo mejor lugar para contarnos esa faceta, ni mejor ocasión, que en la proximidad de Villavente, una áspera tarde otoñal, con el viento azotándonos el rostro, del que tratábamos de resguardarnos junto a un teso apellidado el cigoñal, donde hubo un monasterio: el de la Santa Cruz. Este nombre, anunció con buena dosis de orgullo, lo llevaba mi abuela desde la pila del bautismo: María de la Santa Cruz, era su gracia.   

Si yo hubiera tenido capacidad de modelar, con el propio barro de la Sobarriba, sin duda habría elaborado una figura para los belenes, tomando como modelo ese pastor de ovejas y pensamientos, al que admiré. Y nada mejor que haciéndole adoptar la pose del Quijote pensador, el del escultor Víctor de los Ríos, que sentado sobre un pináculo de grandes piedras, cantos rodados procedentes de construcciones megalíticas halladas en Camposagrado, estuvo emplazado, largos años, justo enfrente del caño del Portillo, en terrenos de la Caja de Ahorros de León, hasta que fue trasladado al Campus de Vegaza.
Con relación a esto, la sensación que desde entonces me ha acompañado, es que sin duda habría conseguido para tal figura de pastor, junto a sus ovejas… y pensamientos, un puesto repetido en los nacimientos leoneses, puede que con distintas caras de personajes conocidos, tal como ocurre con el “caganer” catalán, o en menor medida con la castañera madrileña.

Coplillas para cantarle con el Ramo navideño no le hubieran faltado.


16 de diciembre de 2011

Vistamos el Ramo Leonés

Y nada mejor que con el ropaje de la dignidad para quien, formando parte de la identidad cultural de un pueblo, está reforzando su presencia festiva entre nosotros.  
Las tradiciones nos motivan a los leoneses, siempre lo han hecho. En colectividad sabemos vivirlas, incluso disfrutarlas, y no es un dato menor, aun cuando como pueblo conjuntado fallemos demasiado.
La Navidad leonesa, ahora más que nunca,  nos está invitando a dedicar un preferente lugar para él. ¡Lo estamos recobrando con vigor!  Y no estaría de más que, en busca de un puesto imperecedero, nos obliguemos a defender su pureza leonesa, frente a posibles acoplamientos foráneos.
Aboguemos por lo que debe  ser algo más que un adorno.  Tomémoslo como la arbórea representación de las tradiciones de un pueblo, precisamente en la Navidad de los buenos deseos, aunque éstos no duren más allá de la festividad originaria;  pero que, repetitiva, con la constancia del calendario, vuelve y vuelve…
 Cubramos su noble esqueleto de madera  con la vitalidad de lo propio, aunque parezca que el sentimiento se nos cuela por entre los calados hilos de alguna antigua puntilla, que seguro atesora el calor humano de Filandones familiares. No todos, ¡lástima!,  podremos encontrarla con tal cualidad; pero una moderna, a la que generosamente confiemos esos valores, cumplirá su cometido.  
No pueden faltar los humildes complementos de antaño, dulces o golosinas, tan caseras como el propio Nadal. O los frutos secos, fáciles de conservar y siempre a mano, pendientes de  hilos a veces demasiado toscos, pero aprisionados con nudo generoso. Y qué decir del acebo, la hiedra, el laurel…verdes elementos que han de conservar su espacio de adorno vegetal. Lo sintético tiene otro campo, mas no es desdeñable.  
No importa demasiado que a algunos les demos un toque de modernidad, todo se renueva, pero su esencia, su mensaje, el de un pueblo que sabe cantar a su Navidad, debe perdurar con el sencillo encanto de lo que fue, y debe seguir siendo.     
Raigañu
 Y situado por derecho propio en cada hogar leonés, pongamos la limpia mirada, a través del espacio triangular de su estructura, en busca de los recuerdos más queridos. Pues de eso se trata, de recordar lo bueno para compartir,  y eludir lo dañino. 
El Ramu de Nadal, es la más genuina aportación leonesa al complejo mundo de una generalizada festividad. Y ya que estamos instalados en el loable deseo de hacerlo pervivir, cantemos también las jugosas coplillas que siempre lo han acompañado, confiriéndole personalidad bien diferenciada.
¡Feliz Navidad 2011 para todos!

3 de diciembre de 2011

Dos gestos, medalla en mano

El Alcalde de Barcelona, Xavier Trías, se quedó con la medalla en la mano. El motivo importa, y mucho.  María Ruíz Martos,  a quien iba dirigida esa “distinción” de honor otorgada por el consistorio barcelonés, mostrando la discrepancia vecinal con el proceder municipal de efectuar recortes en sanidad, educación… la rechaza, justo  en el propio acto de la imposición.


No ha sido un “desplante”, o una pose para la galería; lo entiendo como pura coherencia con sus comportamientos vecinales reivindicativos. Lo mejor es que lo expresa con firmeza, pero sin ira. Todo un ejemplo.
Con la medalla en la mano y cara de circunstancias, el alcalde de Barcelona, tuvo que encajar el reproche que llevaba  implícita la actitud digna de una de sus convecinas que se niega a recoger un galardón  que, considerado puro teatro muncipal, la molestaba.
Llevando el agua a nuestro molino leonés, y teniendo como ilación  lo de la medalla, recordemos que:
 En 2010, lo que debió ser un feliz aniversario, 1.100 concretamente del nacimiento del Reino de León, la Junta autonómica siempre atenta a solapar actos leoneses con sus actuaciones, obligadas unas, interesadas hacia la negatividad las más, también se sacó de la manga una medalla. En este caso… digamos,  que para  halagar a la jerarquía eclesial de San Isidoro de León, por aquello de que las primeras Cortes parlamentarias de Europa se habían desarrollado el año 1188 en el Claustro de San Isidoro. Un dato que les ha costado admitir públicamente.  Pero “olvidando” a los leoneses de ahora, atrapados en el ente autonómico.  Un pueblo histórico maniatado políticamente, al que no se le reconoce su identidad diferenciada.

El Abad, mostrándola al respetable, se siente satisfecho, no sé si también orgulloso. Con todos los respetos, habidos y por haber, hacia él, decimos que  no nos representaba. Pero allí estuvo, entre los políticos,  para recoger un oropel indeseado por los leoneses. Sobre todo esto dejé recogidas mis apreciaciones en un artículo de opinión en Diario de León:
El entonces alcalde de León, Francisco Fernández, socialistas que a ratos se decía leonesista, y hasta puede que lo fuera, pero discontinuo y según conveniencias, asumió tolerante lo de la medalla al abad,  sin que en su ánimo estuviera decir: En nombre del pueblo de la capital que yo “corrijo”, pregunto: ¿quién está aquí representando al pueblo leonés? Pero el partidismo enmudece y los propios sentimientos desaparecen.