El Museo en ciernes, proyectado para el “patio del
Seminario” a fin de tener puestos en
valor durante todo el año los “pasos” que sacan a la calle nuestro papones en
la semana penitencial, hoy bien trufada de variedades turísticas, como es de sobra sabido ha estado frenado por
las catas arqueológicas.
Aunque éstas supongan, ni más ni menos, la lectura en
piedra de un pasado que todavía conserva muchas incertidumbres, desde el primer
momento, según costumbre, se intentó minimizar los hallazgos.
Ahora, ¡sigue adelante! Ya no se va a tapar sin más, ¡todo!; se dejarán observables algunos restos, según dicen Los
adjetivo así por cuanto ahora la idea aparentemente más generosa de
“Patrimonio”, lo admitan así o no, surge ante la repercusión mediática, la movilización ciudadana
demandando respeto, más los atisbo de profesionalidad que conservan los expertos
sobrenadando a la obediencia debida al poder político, que demandan no tensar más la cuerda de la incomprensión
hacia lo leonés.
Entre observables y visitables, hay todo un mundo
de valores. Colocar un letrero explicativo, sobre un lugar o una “piedra” a la
vista, no cumple ni con el pasado ni con el presente leonés. Y no importa que
la información sea sobre lo romano o lo medieval de forma aislada, diferenciada
o en conjugada simbiosis, el visitante
prefiere ver, y nosotros, los leoneses, además ¡comprender!
Leer, por ejemplo: Tiene usted, amable visitante
del Museo de la Semana Santa Leonesa,
bajo sus plantas el origen romano en piedra de la ciudad que hoy
conocemos como León. No va más allá de
ser la carta de un menú que no vamos a
degustar.
Paralelamente en el tiempo, con un empecinamiento
desaforado, los políticos y técnicos municipales del consistorio capitalino
están inmersos en algo más que el remozado del suelo medieval de nuestra Plaza del
Grano. Insensibles, siguen adelante, sin
importarles la opinión pública.
Finalizados los trabajo, tal vez esperan complementarlos
con otro letrero que rece: Visitante, está usted pisando una plaza que hemos
acondicionado para su solaz, el canto rodado lo hemos recolocado asentado con
visión moderna, realzando la cota hasta alcanzar la que están marcando las
nuevas aceras proyectadas y ejecutadas en los comienzos del siglo XXI para que usted transite cómodo.
Y luego, como un remoquete o ironía de lo que fue,
perdido el sabor de lo medieval, el
pasado que hasta ayer podíamos degustar, quietud y encanto perdidos en una sola
pieza, dirán orgullosos: nuestros antepasados se conformaban con tan poco, que
los materiales más a mano les valían para su sencilla cotidianeidad circulatoria.
Lo leonés parece estar siempre en el punto de mira
del arma destructora de la Junta autonómica, bien apuntalada por demasiados políticos "de León". Últimamente lo hemos visto en
Lancia, y ahora, con la anuencia consistorial PP capitalina, en la Plaza del
Grano. La maldad de dejar pasar los tiempos para otorgarla la declaración de
Bien de Interés Cultural (por supuesto leonés) que hubiera frenado todo tipo de
actuación, lo pone en clara evidencia,
pero al poder autonómico le da igual que se note, el respaldo inconsecuente de
los políticos “leoneses” con amplias tragaderas medrando en el ente autonómico, son su mejor soporte.
Dos cosas hemos de tener claras lo leoneses de a
pie. Callando actuamos de colaboracionistas, y votando a los que nos anulan,
depositamos en sus manos la llave de nuestra historia.