9 de junio de 2017

Un museo y una plaza

El Museo en ciernes, proyectado para el “patio del Seminario” a fin de  tener puestos en valor durante todo el año los “pasos” que sacan a la calle nuestro papones en la semana penitencial, hoy bien trufada de variedades turísticas, como es de sobra sabido ha estado frenado por las catas arqueológicas. 



Aunque éstas supongan, ni más ni menos, la lectura en piedra de un pasado que todavía conserva muchas incertidumbres, desde el primer momento, según costumbre, se intentó minimizar los hallazgos.

Ahora, ¡sigue adelante!  Ya no se va a tapar sin más, ¡todo!;  se dejarán observables algunos restos, según dicen  Los adjetivo así por cuanto ahora la idea aparentemente más generosa de “Patrimonio”, lo admitan así o no, surge ante la repercusión  mediática, la movilización ciudadana demandando respeto, más los atisbo de profesionalidad que conservan los expertos sobrenadando a la obediencia debida al poder político, que demandan  no tensar más la cuerda de la incomprensión hacia lo leonés.

Entre observables y visitables, hay todo un mundo de valores. Colocar un letrero explicativo, sobre un lugar o una “piedra” a la vista, no cumple ni con el pasado ni con el presente leonés. Y no importa que la información sea sobre lo romano o lo medieval de forma aislada, diferenciada o  en conjugada simbiosis, el visitante prefiere ver, y nosotros, los leoneses, además ¡comprender!

Leer, por ejemplo: Tiene usted, amable visitante del Museo de la Semana Santa Leonesa,  bajo sus plantas el origen romano en piedra de la ciudad que hoy conocemos como León.  No va más allá de ser  la carta de un menú que no vamos a degustar.

Paralelamente en el tiempo, con un empecinamiento desaforado, los políticos y técnicos municipales del consistorio capitalino están inmersos en algo más que el remozado del suelo medieval de nuestra Plaza del Grano.  Insensibles, siguen adelante, sin importarles la opinión pública. 

  
Finalizados los trabajo, tal vez esperan complementarlos con otro letrero que rece: Visitante, está usted pisando una plaza que hemos acondicionado  para su solaz,  el canto rodado lo hemos recolocado asentado con visión moderna, realzando la cota hasta alcanzar la que están marcando las nuevas aceras proyectadas y ejecutadas en los comienzos del  siglo XXI para que usted transite cómodo.

Y luego, como un remoquete o ironía de lo que fue, perdido el sabor  de lo medieval, el pasado que hasta ayer podíamos degustar, quietud y encanto perdidos en una sola pieza, dirán orgullosos: nuestros antepasados se conformaban con tan poco, que los materiales más a mano les valían para su sencilla cotidianeidad circulatoria.

Lo leonés parece estar siempre en el punto de mira del arma destructora de la Junta autonómica, bien apuntalada por demasiados políticos "de León". Últimamente lo hemos visto en Lancia, y ahora, con la anuencia consistorial PP capitalina, en la Plaza del Grano. La maldad de dejar pasar los tiempos para otorgarla la declaración de Bien de Interés Cultural (por supuesto leonés) que hubiera frenado todo tipo de actuación,  lo pone en clara evidencia, pero al poder autonómico le da igual que se note, el respaldo inconsecuente de los políticos “leoneses” con amplias tragaderas medrando en  el ente autonómico, son su mejor soporte.

Dos cosas hemos de tener claras lo leoneses de a pie. Callando actuamos de colaboracionistas, y votando a los que nos anulan, depositamos en sus manos la llave de nuestra historia.