27 de octubre de 2017

Diecisiete pequeñas y cabreadas…

Reflexiones ante una comparativa de símbolos, historia y comportamientos.

Quince días después de haberse encontrado  los leoneses en el templo de la Virgen  del Camino en busca de perdón (por qué no), y  en los aledaños para adquirir “perdones”, en Oviedo, durante los Premios Princesa de Asturias, el actual  monarca intentaba dejar claro que la Constitución se ha de respetar sí o sí. Una parte del discurso estuvo dirigido a la oreja catalana, al pueblo catalán, donde los independentistas alzan la voz, y tienen gran audición,  soltando una palabra que le puede afectar de pleno: República.


El pueblo catalán,  nacionalista o no, independentista o no,  cultiva culturalmente su catalanismo, perfectamente identificados sus miembros entres sí, sin distinción de ideología. Pudiendo apreciarse el gran esfuerzo de la Generalitat para no ser atrapados en la historia de España, aunque tengan que acudir el retoque interpretativo.

¿Nos debe sorprender el citado comportamiento a los leoneses? Si tenemos en cuenta  que en el ente autonómico que padecemos, nos someten a “sus” interpretaciones históricas, incidiendo sobre nuestros retoños a través de los textos escolares, ocultando datos o castellanizándolos, (para ser benignos al decirlo) ¡pues no!, es mi respuesta, la sorpresa estaría en el camino de la estulticia.

No me tengo por el único en sostener que, en política, no sabemos movernos los leoneses, toleramos la injerencia foránea, hasta el extremo de que  por inacción seamos capaces de vegetar, haciendo caso omiso de la despersonalización.


No sé si todos los leoneses que han colgado en su ventana la bandera de España, y son bastantes,  han sido absorbidos por el nacionalismo español, intenta  mostrar rechazo a la pretensión independentista de Cataluña, o  están influenciados por lo de  “no romper España”.  Mensaje éste que se puede engarzar con facilidad en “una, grande y libre”.

Entra aquí la razón del título. Viene dado por el chiste de Pedrito Ruíz, cuando, con ingenio dicente, soltaba: España antes era "Una, grande y libre y ahora son diecisiete pequeñas y cabreadas…" (*)


Mira que tenemos historia para dar y tomar, la que nos lleva a ser un pueblo con tantas, por no decir más,  razones históricas para la autodeterminación que otros pueblos de la España de las Autonomías disfrutan.

Los catalanes, y no sólo al son de cacerolas, sino a golpe de efecto con la bandera oficial, la senyera, sustituida en el viraje: nacionalidad, nación, independencia,  por la estelada, tanto en  la individualidad del balcón, como en ilusionada profusión   en las concentraciones o marchas, nos están dando una lección de unidad sentimental  como pueblo.


Sin esa unión, y el acompañamiento popular codo con codo en las manifestaciones reivindicativas, con aportaciones tradicionales como los casteller, la alta estructura humana en la que la “piña” es la base de ese fortalecimiento, mano con mano, brazo con brazo en mutua ayuda, ningún político, ni de antes ni de ahora, hubiera sido capaz de erigirse en líder de la supuesta nación catalana.  El cultivo de la catalanidad ha sido el longevo  mérito cultural, cual  sustrato en el que se nutrir el sentimiento de nación.

Con la aplicación del artículo 155 de la Constitución se intenta frenar los ímpetus independentistas a los políticos  gobernantes. Pero dado el enconamiento popular, bien orquestado tanto desde el poder político, como desde la movilización social, el pueblo, celoso defensor de su territorialidad, lengua y tradiciones, cual instinto básico, y más si añadimos las soflamas de corte economicista, como la de “España nos roba”, se revelará. Y lo hará, tanto o más desde la colectividad celosa de su prevalencia como pueblo histórico,  que desde la individualidad que ve en peligro su “ser catalán”, como  un sumando más en la base o “piña” del comparativo casteller/nación, ¡que también!

Sin ser el 155  motivo a tratar en estos apuntes reflexivos, si pretendo dejar una observación, el PP ha perdido el miedo a los ecos coercitivos que conlleva, desde que Ciudadanos lo apoya con firmeza, e incluso alienta a la pronta aplicación,  junto al medio gas, de cara a la ciudadanía, del PSOE.

Toda mi admiración para la ciudadanía catalana, en tanto se presente como pueblo culturalmente  comprometido, se signifique o  no como nación. No analizo aquí la deriva independentista,  a la “brava”, no es espejo en el que mirarnos.

Lo quieran o no reconocer nuestros dirigentes autonómicos, nos escueza o no como pueblo leonés, la aplicación del amancebamiento castellanoleonés, pensando  que nos resbala confundidos por el ego interiorizado de “ser leonés”, y éste nos mantiene  inactivos, nos van  difuminando más y más…

En lo de “pequeña”, del satírico Ruíz,  no podemos situar a la mixta comunidad llamada Castilla y León, pues nuestro ínclito paisano Martín Villa la quiso hacer grande, como afirmaba ser la España falangista en la que siempre medró políticamente. Sí a lo de “cabreada” donde los leoneses estamos en esa onda. Rechazamos en origen el amancebamiento, mostramos nuestra discrepancia desde el movimiento leonesista en etapas defensivas cuando el consummatum estaba en camino,  hasta el estadio de convivencia tan desigual, social y económica,  que…soportamos.

 Contrariamente a lo catalanes, tal parece que a los  leoneses, ser y estar perfectamente diferenciados, no ya sólo en el obligado ente que no nos reconoce, sino, incluso, formando parte de la pluralidad de España, nos cuesta demasiado asumirlo y defenderlo.
Por ello:
¡Hasta el más inocente observador echará en falta la bandera leonesa en los balcones!




Pero, claro, si no nos preguntamos dónde está nuestro derecho constitucional a autonomía diferenciada como pueblo histórico, cómo vamos a adornar nuestros balcones  con la bandera leonesa, la purpurada, y además  con la profusión prioritaria que nuestro estatus en declive nos demanda. 

¡Nos pierde el individualismo y nos falta expresividad! 

* Ayer cuando terminaba la página aún no había escapado Cataluña hacia la independencia y república. Hoy ya la han proclamado. Mas, lo escrito sigue vigente.