La frase: “… y es que a
veces las escuelas las carga el diablo”, la escribió Javier Callado a propósito del asunto de Cataluña y
el adoctrinamiento, y me trajo a la memoria que tenía pensado un apunte de
relato tocando el tema, que bien podría darlo a conocer en la Navidad 2017. Y
a ello voy.
Una estelada en el sentimiento
Robert, en fase infantil de integración de facto en la cultura
catalana, cuando lo suyo era sencillamente
un dejarse llevar, regresaba ufano a casa portando algo en la mano.
Traía lo que podría ser un
mapa, que el colegial tal vez tendría
que iluminar, o algo por el estilo, fue la impresión que le causó a su padre.
-¡Mira papá!, es un poster
Soltó eufórico en tanto con mayor cuidado de lo habitual, trataba
de sacar la goma que aprisionaba al bien enrollado secreto. Cuando ya iba poco
menos que a la mitad de la operación empezó a aclararse el misterio para su
progenitor. Se trataba de un cartel de diseño político, en vigor para el movimiento pro referéndum e
independencia.
-Para mi cuarto…es para mi cuarto…
Repetía de forma emotiva,
en tanto liberaba el rollo de la
simbólica “cadena”, ésa que el Jordi había dicho: “nos quiere poner
España a los catalanes”.
Se podría definir como un gran SÍ de letras negras en un círculo
blanco sobre un rectangular fondo de “inocente” color rosa, que en la parte
inferior llevaba escrito: Il·lusió.
Ya en su habitación,
Robert, afanado en extender bien su poster sobre la mesa de estudio, tardó
en contestar a la pregunta formulada por su padre:
--¿Quién te proporcionó el
cartelón?
Y cuando lo hizo, puso en el aire un nuevo dato: su participación
en lo cultural catalán.
-Fue el Jordi, nuestro monitor en la actividad preparativa de casteller…
Y complementó…
-Quiere que forme parte del
tronc, como doso, y ¡dice que lo
hago bien!
--Me alegro mucho. Pero ahora lo que me interesa saber es qué os dijo al entregaros los carteles.
-Tenía muchos (empezó diciendo) y mientras los iba repartiendo
hablaba de Cataluña como nación, que en España no querían aceptar.
- Y para despedirnos dijo bien claro: La próxima vez que hagamos
una demostración casteller el año que
viene, por Sant Miquel, nuestra fiesta,
ya seremos independientes. ¡Y habrá que lucirse!…
La respuesta le hizo comprender el aleccionamiento. No le
sorprendió, pero su indagación hoy era otra,
y así desde la puerta, con un
gesto que ni “Colombo”, el detective, hubiera mejorado, con tono mesurado apuntó…
--¡Ah!... parece que la agilidad para trepar te fue útil el otro
día, el del mitin político en la plaza.
- Si te refieres a lo de colocar l’stelada en el alto del
poste que sostenía una batería de luces… pues sí.
De sobra sabía que, su padre,
no se refería al hecho de subir trepando, sino al de colocar la enseña independentita
y no la senyera.
Pausadamente, el padre, se sentó en el borde de la cama, creía que la ocasión merecía explicarle un
poco la situación, tal vez para borrar ideas confusas, o hacérselas comprensibles desde otra perspectiva.
Y así comenzó:
--A los abuelos, mis padres, los conociste cuando eras muy
pequeño, por ello hoy quiero con su recuerdo entrar en el tema.
En el Col·legi, al que
asistes diariamente, la enseñanza se imparte en catalán, si bien en nuestra
casa somos más bien castellanoparlantes, de ahí que, acostumbrado a ello, no
te supone especial esfuerzo el compás
bilingüe de cada día, tal como le
sucedía al abuelo Lázaro, funcionario público en Correos, donde tenía que usar los dos idiomas
cooficiales.
Tras una breve pausa siguió…
--Lázaro y María, tus abuelos, llegaron aquí, a Cataluña, procedentes de la, muchos años atrás, conocida
como Extremadura Leonesa. ¡Así le gustaba citar su origen al abuelo! Y
lo hacía, porque su antecesor, tu
bisabuelo paterno, Manuel, nacido en la provincia de Salamanca, le había hecho
siempre partícipe de la historia del Reino de León.
Con especial énfasis le facilitó a continuación una cita histórica
leonesa…
--Era Alcantara, donde nacieron, una parte de territorio cacereño
que el rey Leonés Alfonso IX había empezado a reconquistar, allá por el año
1213
Soltado el dato continuó:
--Cuando llegamos aquí, a Vilafranca, yo era un joven estudiante de 12
años. Sabía que lo de venir a vivir a
Cataluña, tenía que ver con la condición
de cartero rural del abuelo, y ciertas connotaciones políticas de republicano y
antifranquista, que para nada en este momento te deben preocupar.
Con tal profusión de detalles, cómo no prestar atención; por ello
Robert se mantenía muy atento, el
ramillete de recuerdos que entrelazaba su padre así se lo reclamaban.
--No me resultó fácil el asentamiento, tampoco a los abuelos, pero cuando apura el sobrevivir, todo se ha de
superar. Nos comprendían en castellano al hablar, y poco a poco, tu abuelo y
yo, empezamos a expresarnos en catalán, la abuela siempre fue un poco más
reticente. En un par de largos años nos
empezamos a sentir como “en casa”.
Hizo una breve pausa, antes de entrar en lo más directo y personal.
--Aquí en la comarca del Alt Penedés, pasados los años y los estudios, conseguí
emplearme en la Caixa, oficina que ya conoces, y me casé con una noia catalana, Núria, tu mamá, muy
comprometida con la tierra pero que el
independentismo la quedaba lejano, no así el seny catalanista.
Como colofón un dato de afianzamiento…
--¡Y ya ves!, hemos
arraigado en esta tierra como las
fructíferas cepas de los viñedos propiciadores del Cava de la comarca.
Robert, en plan confidencia por confidencia, quiso dar a su padre la versión de la
colocación de la bandera en el alto de aquel poste, al pie de la tribuna para oradores
políticos sobre el referéndum y república. Y apuntó:
-Pasaba por allí y dejándome llevar por el afán de enxaneta, decidí, ante los amigos,
mostrar mi destreza para trepar.
-Casi todos tienen la
estelada. Intercaló el niño, cual idea
fija.
Algo que no sorprendió a su padre. El sentimiento de ser catalán,
sabían bien cultivarlo en las escuelas.
Y el independentismo también jugaba sus bazas.
Precisamente semanas
después, el domingo 29 de octubre, a hora temprana, instalados en el
coche familiar, los tres emprendieron
viaje hacia Barcelona, se trataba de
acudir a la concentración promovida por SCC, para vindicar Espanya som tots. A ellos, a sus padres, les iba bien el eslogán:
“Todos somos Cataluña”. La madre y
Robert portaban una señera, al padre le hubiera gustado llevar una purpurada del
reino de León, pero, ni era el momento, ni la tenía a mano. La concordia
familiar, Cataluña/España, armonizaba
entre los participantes al acto.
En el fondo de su mochila de colegial, Robert guardaba en secreto,
por el momento, una bien plegada estelada. ¡Sí!,
la había ganado en la peripecia de la plaza. Puede que, sin tardar
mucho, la colocara en su habitación junto al cartel del gran SÍ a la Ilu·sió.
Un impulso interno le había
llevado a elegir la de la estrella roja sobre fondo amarillo; puede que, conservar los colores de la vieja senyera que siempre había visto a su madre, fuera la motivación; o…
¿había algo más?
Pronto surgió una ocasión inmejorable para colocarla, sus padres
lo comprenderían, sería días antes de la Navidad 2017, precisamente cuando las urnas de las
elecciones autonómicas estuvieran a punto de empezar a poner las cosas en su sitio. Esto
sería del ágrafo de Jordi, su entrenador…
Como cada año. Con mis mejores deseos para todos los que nos intercomunicamos. O como lectores simplemente acceden a estas páginas.
¡Felices Fiestas!