Unas reflexiones sobre pederastia y el clero
DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MI...
Para
un creyente cristiano, apostólico y romano para mayor precisión, Vaticano, es algo más que una palabra. Sin encerrar el matiz peregrino de máxima
religiosidad que para los mahometanos conlleva el de La Meca, le aporta el
valor de ser algo más que un punto de encuentro, pues alberga al Papa de cada
momento, sucesor de Pedro, “piedra” de una Iglesia secular, y máximo
responsable del Dios de los cristianos en este difícil mundo en evolución
constante, donde el amor, pieza maestra de esta religión, se enfrenta cada día a mayor dificultad.
Además
de Estado papal, es Solio Pontificio, centro y motor eclesial dirigente para
los fieles católicos y para los pastores de almas que los conducen.
El
alma o espíritu, entendida como la entidad inmaterial que acompaña al cuerpo
físico, es en cierta manera la pieza maestra a conservar impoluta, y a liberar
cada cristiano en un más allá desconocido y eterno, dada su inmortalidad. Debido a su intangibilidad nadie ha podido
señalar su ubicación corpórea. Poéticamente instalada en el corazón,
filosóficamente en la mente, y no como
intercambios químicos en el seno del cerebro,
es por la que los clérigos dependientes en pirámide jerárquica del Papa,
dicen velar de forma permanente como orientadores, interpretes y guías. Aunque
a veces, excesivas veces, algunos bajen demasiado la guardia, su guardia
personal, olvidando que el ejemplo es el mejor método de enseñanza.
El
niño, como elemento más débil de cualquier sociedad, ha demandado siempre un
especial cuidado para su formación como persona, en la que un complemento
diferencia es la religiosidad que sus padres o mentores han considerado idónea
para él, iniciándole prontamente en ella; aquí, en nuestro país, según
costumbre. Luego, desarrollada su
personalidad, cuando el raciocinio se haya hecho notar convenientemente en el
sujeto, será llegado el momento de que ejerza su opción.
Precisamente
hay que señalar a este último respecto, aunque no entrara en el planteamiento
inicial, que sorprendentemente en la España aconfesional que
constitucionalmente nos dimos al salir de la dictadura franquista, y
curiosamente ahora, cuando el PP gobernante está más fuerte, o más
intransigente, ha hecho las delicias del Episcopado español haciendo de la
Religión Católica una asignatura como las demás.
Nada
que oponer a la formación religiosa si hay libertad de elección y no se hace
como materia curricular dentro del plan formativo del niño estudiante. Esto es,
no dejar de estudiar historia de las religiones, para impartir como dogma una
de ellas, la Católica. Con profesorado a sueldo ministerial, elegido y manejado
por los Obispos católicos.
Los
niños, volvemos así al tema del enunciado, expresión inicial de cándida
sinceridad, pero siempre ávidos de aprender, recibieron de Jesús, hijo del
Padre, y Maestro a seguir, la máxima atención como ha quedado recogido en los
evangelios. Solicitaba para ellos, el
mayor cuidado: ”Cualquiera que reciba a un niño en mi nombre, me recibe a
mí...”. Es el más dulce amor al prójimo. Amarás al prójimo... mandamiento recogido en las Tablas, verdadera
esencia del cristianismo.
“Dejad
que los niños de acerquen a mí”, dijo a sus discípulos, quienes, al apartarlos,
a buen seguro que no veían en ellos más que la posible impertinencia de una
irreflexiva y puntual actuación, muy lógica en ellos, que pudiera incomodar al
Maestro.
Hemos
presentado las dos piezas centrales de esta nuestra reflexión: Los niños como
educandos y los clérigos o pastores como educadores, dentro de la religión
católica, toda vez que pretendíamos recordar con brevedad la lamentable actuación de algunos sacerdotes
norteamericanos acusados de pederastia.
Allá por lo finales del pasado siglo, la Conferencia Episcopal de EEUU,
ejerciente en un país que puede ir del puritanismo más exacerbado a la drástica
condena a muerte, sin ser ello un bandazo dentro de excelente democracia, había
decretado la tolerancia cero para tan ignominiosos actos de curas
norteamericanos, cuando ya habían tenido que hacer frente a millonaria
indemnizaciones económicas.
¿Pero el daño moral y síquico
inferido al inocente cómo se recupera? Niños a los que Jesús protegió con aquella dura sinceridad de: “Quien quiera
que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valiera que le
colgasen al cuello una piedra de molino... y se le hundiera en la profundidad
del mar”. El Vaticano parecía querer
silenciar el asunto, incluso presionando a los dirigentes para que no dieran publicidad
a otros supuestos.
Frente al doloroso abuso de quienes
teniendo que formar a los niños les deformaban, con lacerante marca, salió el Vaticano
al paso de la propuesta episcopal norteamericana de castigo y expulsión
en caso de reincidencia en el delito, hablando de comprensión y perdón que ha
de nacer como un acto de misericordia.
Para el ¡pecado! cometido, apartándoles
del ministerio pueden encontrar sus superiores el camino; pero no
podemos menos de preguntarnos, ¿cómo se borra el perverso ejemplo sembrado en
los inocentes? Para el ¡delito! la
justicia de los hombres debe actuar con
todo su rigor.
Hasta aquí lo que hace años tenía
escrito sobre el tema. Hoy, nuevo siglo y nuevo milenio en marcha, el tema
pederastia es algo fácil de encontrar incluso en el clero español. A los católicos
les puede costar aceptarlo, y no digamos denunciarlo. Los más morigerados, ante
el temor cristiano de calumniar, pues esto conlleva en su religiosa conducta la exigencia de
devolver la honra a quien se le podía estar arrebatando, se retraen. Cuando son
éstos, los sacerdotes que someten a prácticas sexuales a los inocentes, en
mayor o menor grado, los que causan un daño síquico demasiadas veces
irreparable. Y desde la moral católica un caos.
Por pudor, o simplemente vergüenza, el
damnificado, niño o niña, siempre ha callado, máxime si el corruptor le imbuía
un temor especial para hablar de ello. Afortunadamente hay cada vez más
denunciantes, así la carta que un joven envió al actual Papa, y el consejo de
éste para que denunciara los hechos, ha dado pie a la detención de cuatro
miembros del conocido como “clan” de los
Romanones, tres sacerdotes y un profesor de religión.
Ya están en libertad, pendiente su
caso de juicio. El sacerdote llamado Román, que “aporta”
el sobrenombre citado, hubo de depositar
una fianza de 10.000 euros. Lo hizo de inmediato y sin pestañear, cuando según
el evangelio, lo válido para él, y los demás,
debe ser: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros
cintos…” Pero esto es otra variante.
Cómo no preguntarse, a qué extremo de cinismo
llega su actuación, cuando en el ejercicio de su supuesto ministerio
diariamente dicen practicar la transformación del pan y del vino, mediante la
consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, el Maestro quien en
especial para los inocentes, los niños, pidió el sumo de los respetos: “Quien quiera que escandalice a uno de estos
pequeños…”
La actuación del Papa Francisco,
sincera y decidida, sin duda es un hálito de esperanza para el cristiano
preocupado por la deriva de algunos de sus clérigos, y ejemplar en todo orden.
Y no va de cara al público solamente, también, y con rigor como es procedente,
se lo dice a los suyos…
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