24 de mayo de 2011

Un paso a nivel para la nostalgia

Una rápida mirada a través del vidrio húmedo de la ventana le volvió a la cruda realidad: el dogal férreo permanecía en su enclave de siempre. Las gotas de agua de la lluvia descendiendo lentamente por el cristal, si bien le dificultaban parcialmente la visión, no le impedían  comprobar  la  permanencia  de  las  vías  del  tren  en  su inamovible sitio.
Luego, “lo otro”, había sido un sueño.
Llevaba muchos años viviendo cara a ellas, en ese barrio de predominio ferroviario, tantos como desde que nació, y ayer, precisamente, había cumplido y celebrado cincuenta y cinco.
La noche y el sueño habían sido engañosos, con escenas tan reales que, matinalmente, le atenazaba la duda de su verosimilitud; por ello hubo de mirar con detenimiento por la ventana. Tal vez el alcohol de la celebración cumpleañera contribuyera a forzar aquel onírico espectáculo del levantamiento de vías, postes y catenarias.
Lo que no recordaba muy bien era si le resultó más emocionante ver quitar tanto raíl u observar la cara de satisfacción de los convecinos de la zona, que, alborozados, asistían a operación tan esperada.
                   (Del relato "O pasadizo o barrera", año 1995, ahora  en mi libro:  Legio,érase una vez...)

Me contaba un amigo de la infancia,  cómo en uno de los encuentros diarios con el paso a nivel del Crucero, cerrado como siempre, una otoñal mañana, fría y lluviosa, para más incordio, sintió un dolor en el cuello,  sobre la nuez, allí donde la papada cumple su misión, al llevarse la mano a tal lugar palpó unos bultos inquietantes, su reacción fue instantánea, ¡anda se me han puesto de corbata!
La siguiente reacción, me dijo, más con sorna que otra cosa, fue bajar la mano a las partes pudendas, estaba equivocado no habían migrado. Aunque las largas esperas, te pudieran poner  el cabreo  por corbata, en su caso un coincidente atasco de conductos salivales.



Al fin han alcanzando un anhelo tan viejo como los raíles,  aquél  de  siempre,  el  de  fundirse  con  el  resto  de  la  ciudad, incorporándose a ella, sin barreras, eliminando la frontera que el “camino de hierro” significaba; el cual, cortando a la ciudad en dos partes, bien distintas por cierto, también cercenaba al personal de la Vega, la Sal… las razonables ilusiones de integrarse en el “común",  sin paso a nivel, ¡se han conseguido!