Una rápida mirada a través del vidrio húmedo de la ventana le volvió a la realidad, el “dogal férreo” permanecía en su enclave de siempre. Las gotas de agua descendiendo lentamente por el cristal, si bien le dificultaban parcialmente la visión, no le impedían comprobar la permanencia de las vías del tren en su inamovible sitio. Luego, "lo otro", había sido un sueño.
Llevaba muchos años viviendo cara a ellas, en ese barrio de predominio ferroviario, tantos como desde que nació, y ayer, precisamente, había cumplido y celebrado cincuenta y cinco. De modo que, oír pitar o el resoplido del escape de vapor hace años y la "bocina" de las máquinas eléctricas de ahora, no eran para él ninguna novedad. Incluso, hubo un tiempo, cuando las estaciones climatológicas se marcaban nítidas en la vida leonesa, oír en lontananza el silbido del tren que, determinados vientos transportaban, le servía como aviso de lluvia.
Nunca había sido enemigo del tren, muy al contrario, siempre admiró en él, la capacidad de transportar seres y cosas por su "camino de hierro". Hoy acude vívido a su memoria aquel relato paterno, de cómo su abuelo, republicano y leonesista, había participado del alborozo y emoción contenida de la ciudadanía leonesa, deseosa de recibir la llegada del ferrocarril, por vez primera, a través de la línea férrea inaugural de Palencia a León, a su estación aún inconclusa allá por el año 1864; y precisamente en un mes de noviembre como el que, él ahora, sueña otra "realidad" ferroviaria bien distinta.
Pero precisamente al "férreo sendero", en un punto muy concreto de su transcurso capitalino, con aquellos largos, larguísimos convoyes, casi interminables, hacia Asturias o Galicia es quien le hace, como a otros muchos, desesperar ante el paso a nivel del Crucero, con un multicolor brazo de barrera que parece estar siempre, horizontalmente, deteniéndolo todo.
La noche y el sueño habían sido engañosos, con escenas tan reales que, matutinamente, le atenazaba la duda de su verosimilitud; por ello, hubo de mirar con detenimiento por la ventana. Tal vez el alcohol de la celebración cumpleañera, contribuyera a forzar aquel onírico espectáculo del levantamiento de vías, postes y catenarias. Lo que no recordaba muy bien, si le resultó más emocionante ver quitar tanto raíl u observar la cara de satisfacción de los convecinos de la zona, que, alborozados, asistían a operación tan esperada.
Al fin estaban alcanzando un anhelo tan viejo como los raíles, aquel de siempre, de fundirse con el resto de la ciudad, incorporándose a ella, sin barreras, eliminando la frontera que el "camino de hierro" significaba…
Formaba parte de un relato mío publicado en La Crónica de León, el 25 de noviembre de 1995. Un sueño no imposible, decía entonces, si realmente hubiera armoniosa voluntad entre las partes: pueblo y políticos, y especialmente entre éstos.
El 2011 con el AVE sobrevolando, se empieza a cumplir el deseo. Enhorabuena a todos.
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