15 de marzo de 2011

EL DOGAL FÉRREO


Una rápida mirada a través del vidrio húmedo de la ventana le volvió a la realidad, el “dogal férreo” permanecía en su enclave de siempre. Las gotas de agua descen­diendo lentamente por el cristal, si bien le dificul­taban parcialmente la visión, no le impedían com­probar la permanencia de las vías del tren en su inamovible sitio. Luego, "lo otro", había sido un sueño.

Llevaba muchos años viviendo cara a ellas, en ese barrio de predominio ferroviario, tantos como desde que nació, y ayer, precisamente, había cum­plido y celebrado cincuenta y cinco. De modo que, oír pitar o el resoplido del escape de vapor hace años y la "bocina" de las máquinas eléctricas de ahora, no eran para él ninguna novedad. Incluso, hubo un tiempo, cuando las estaciones climatoló­gicas se marcaban nítidas en la vida leonesa, oír en lontananza el silbido del tren que, determinados vientos transportaban, le servía como aviso de lluvia.

Nunca había sido enemigo del tren, muy al contra­rio, siempre admiró en él, la capacidad de trans­portar seres y cosas por su "camino de hierro". Hoy acude vívido a su memoria aquel relato pater­no, de cómo su abuelo, republicano y leonesista, había participado del alborozo y emoción conteni­da de la ciudadanía leonesa, deseosa de recibir la llegada del ferrocarril, por vez primera, a través de la línea férrea inaugural de Palencia a León, a su estación aún inconclusa allá por el año 1864; y pre­cisamente en un mes de noviembre como el que, él ahora, sueña otra "realidad" ferroviaria bien distinta.

Pero precisamente al "férreo sendero", en un pun­to muy concreto de su transcurso capitalino, con aquellos largos, larguísimos convoyes, casi inter­minables, hacia Asturias o Galicia es quien le ha­ce, como a otros muchos, desesperar ante el paso a nivel del Crucero, con un multicolor brazo de barrera que parece estar siempre, horizontalmen­te, deteniéndolo todo.

La noche y el sueño habían sido engañosos, con es­cenas tan reales que, matutinamente, le atenazaba la duda de su verosimilitud; por ello, hubo de mi­rar con detenimiento por la ventana. Tal vez el al­cohol de la celebración cumpleañera, contribuye­ra a forzar aquel onírico espectáculo del levanta­miento de vías, postes y catenarias. Lo que no re­cordaba muy bien, si le resultó más emocionante ver quitar tanto raíl u observar la cara de satisfacción de los convecinos de la zona, que, alborozados, asistían a operación tan esperada.

Al fin estaban alcanzando un anhelo tan viejo como los raíles, aquel de siempre, de fundirse con el resto de la ciudad, incorporándose a ella, sin barreras, eliminando la frontera que el "camino de hierro" significaba…

Formaba parte de un relato mío publicado en La Crónica de León, el 25 de noviembre de 1995. Un sueño no imposible, decía entonces, si realmente hubiera armoniosa voluntad entre las partes: pueblo y políticos, y especialmente entre éstos.
El 2011 con el AVE sobrevolando, se empieza a cumplir el deseo. Enhorabuena a todos. 

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