Nada más verla, la fotografía aquí
traída, me causó una fuerte impresión. Encuadraba una belleza sorprendente,
pendones y agua confundidos, que el objetivo de la cámara siempre presta de
Antonio Barreñada supo captar pocos día atrás, cuando las calles de la capital acogieron un desfile que se
pretendía encajar en el juego costumbrista del sentir leonés.
La promoción tenía indicios de
duda, dada la fecha, el día y la situación autonómica leonesa. Eh ahí otra
vertiente a contemplar, de la que surgen unos ripios estructurados cual lamento, por un País al que le cuesta despertar de un letargo peligroso. Veamos:
Detener el agua
y el tiempo
La vara vertical
de cada chorro,
los arabescos
del agua frenada en su ascensión,
o en apunte de
caída,
perdido su
carácter de incolora
viene, en su
inocencia, a remedar el aura mágica de los pendones concejiles
Altos y bien
visibles
tradición y
orgullo secular,
desbordante ilusión
ya sea en individualidad altiva
o cuando, conjuntados, toman talante de magna
representación
verdadero soplo vital de un reino en remembranza.
Pero, si con nuestros
colores dejamos pintar otra efeméride
poco haremos
envolviendo en el paño concejil
anhelos siempre nuestros,
en tanto otros,
taimados, tratan de robarnos el sentir.
Hasta los más genuinos damascos se pueden contaminar
si el maleficio de lo
extraño, de lo impuesto,
vendido con astucia
no es más que el
continente edulcorado
del meollo
foráneo al que nos atan.
Mas, no es posible parar la historia,
ni siquiera el pueblo al que se la escriben
por ello mucho
me temo León, ¡ay mi León!,
que estás
dejando manejar tus glorias, las de un reino que nos borran…
¡¡¡Reino de León!!!
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