La Procesión de
los Pasos
Apuntes sobre los renovados recuerdos que empezaron con el lamento agudo del metal de la corneta, el tintineo penetrante del bronce de la campanilla, cerrado con el destemplado rataplán del tambor que nos satura el oído.
Amanecía el Viernes Santo, limpio el cielo de nubes, el alba prometía sol. A las siete y media de la mañana, buena parte de los Pasos estaban ya en disposición de marcha junto al jardín de San Francisco.
Ayer vi los pasos entre dos luces, las figuras de la Pasión sobre grandes tronos, destacaban e impresionaban al sencillo concurrente, las mortecinos pábilos de las velas pretendía iluminar cada escena y su aportación era más estética que eficaz.
Cuando esta
procesión era más sencilla, en andas, bandas musicales y seguro que en número
proporcional de cofrades, la veía literalmente salir, pues así lo hacía, del
interior de la iglesia de Santa Nonia. Pegados al Hospicio, en la acera
estábamos los madrugadores leoneses, frente a la puerta, mezclados con lo
papones que también esperaban turno.
Los hermanitos de
Jesús están ya en pie, pues así fueron alertados, los leoneses que les vamos a
acompañar desde las aceras también nos aprestamos a vivirlo. Bien es verdad,
que yo, siendo uno de éstos, hacía muchos años que no acudía a la salida. Y no
puedo dejar de decirlo, contarlo, pues reviví emociones tradicionales.
Pero el sol
quería comparecer, y lo hizo al pronto, a lo grande, de forma especial iluminó
la escena y hasta nos deslumbró al reflejarse en el vidrio de la casa adyacente al Santa Nonia.
Algunos pasos como el Nazareno, titular de la Cofradía y la Verónica mostrando en un paño el rostro de Jesús, gozaron un
tiempo de una muy especial iluminación, un resplandor admirativo de apertura al
día. Y se me agolparon recuerdos y emociones.
Más allá de la
Oración del Huerto, al fondo, ya no
podía contemplar el Hospicio, aquél que hace años derruyeron para edificar un
irrespetuoso edificio con el entorno medieval,
de fachada de plástico, que ahora le sustituye.
Las ramas del
olivo de la Oración del Huerto se movían
cadenciosas, no había viento era con el suave mecido de los braceros cuando lo
veíamos progresar. Sonaba la música, ella imprimía ritmo, la pericia era de los
papones en su arte secular.
La imagen de El Expolio, “El Torero” como con cariño lo conocemos los leoneses, y el Nazareno, titular de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, con la mirada puesta en la calada aguja de la Torre del reloj de la Catedral, avanzaban con el mecido respetuoso de sus braceros. Sencillez, maestría y respeto, son clave para su mejor logro final.
El Gran Drama
sobre tradicionales hombros de gentes de negro hábito con el capillo bajado,
iniciaba su recorrido por un circuito conocido, pero dificultoso en la parte
vieja de siempre. Sonaba la música, ella imprimía ritmo, los papones con su
tradicional arte lo hacían posible. Suerte y buena procesión...
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