Bajo la máscara
de Ceiss, la añoranza
La nostalgia a
caballo de un devenir indeseado, se muestra así con minúsculas, quitando
importancia, minimizando, despersonalizando a la que fue nuestra Caja de
Ahorros de León, para escribir hoy algo
sobre el futuro incierto de la que también era Monte de Piedad. Esta faceta última
la daba la condición que sus creadores y el pueblo de León pretendieron imprimirla
desde sus comienzos, nada menos que de Servicio Público. O si se prefiere de
servicio al público leonés, que es aún más acorde con los postulados iniciales
allá por el 1900.
Para su
afianzamiento como tal Caja, necesitó ayuda, y mucha, no solo la de los
impositores, imprescindible a todas luces, sino de instituciones leonesas, de
patronos bien fundamentados, para luego complementarlo con algo destacable: una
limpia y eficaz ejecutoria no abusiva; con la sencillez de querer ayudar a
quien estaba en mal momento, y a todos con la obra social que pronto empezó a
dimanar de ella. Revertía en los leoneses el fruto de sus salvaguardados ahorros.
El escudo de
León, el león rampante presidía sus documentos, encabezaba sus rotulaciones, se
tenía a orgullo mostrarlo como símbolo de un pueblo. A medida que sus consejos
de administración se fueron modificando y ampliando para dar cobijo a otras
gentes, y la labor mercantilista empezó a flotar en el espíritu de la entidad
leonesa, fruto de los tiempos nuevos,
los de llenar la faltriquera cuanto antes, y lo más posible, se empezaría en la
Caja a marcar otras rutas.
Cuando la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León, pasó a denominarse Caja
León no perdiendo el nombre ni
el símbolo del león rampante, aun cuando sí parte de su espíritu fundacional, no
podíamos sospechar los leoneses que nuestra Caja, porque era de los leoneses y
con dinero leonés, estaba entrando en una fase en la que empezaba a mutar a los
impositores, en tanto elevaba un supuesto vuelo comercial en el que, éstos, pasaban
a ser clientes. Tampoco nos sorprendió demasiado el nombre, porque Caja Madrid,
marcaba el paso y hasta parecía “graciosa” la nominación: Cajaleón.
En la etapa de la
transición hacia la democracia, los partidos políticos leoneses vieron en la
Caja un trampolín hacia el poder provincial. Afianzarse en ella para
controlarla parecía una meta fácil de conseguir. Y llegó el momento clave autonómico, León quedó aprisionado en un
ente que el pueblo no había elegido, pero sí los políticos como Martín Villa que,
paulatinamente y por partidos, fueron acariciando la idea de acoplarse a
los puestos que se generaban. Así se lo propusieron y así lograron una y otra cosa.
Un toro cuernimocho que entraba al “engaño con facilidad”, sería
el que viniera a sustituir a nuestro león cuando la Caja, nuestra Caja, decidió
instalarse, también por “insinuación” política, en Valladolid, en el centro del
poder; momento en el que la silueta del León rampante fue apartada
por el citado astado elaborado con cuatro bien trazadas líneas, pasando a
tomar la institución un nombre aséptico: Caja España. Todo porque
Caja León no sonaba bien a los autonomistas castellanos, absortos en sus planes neutralizadores de todo
lo leonés. “Nuestros políticos”, no mostraron ni un ápice de pundonor: el
puesto y el partido mandaban.
En el centro del poder autonómico se pensaba en fusiones para
conseguir una Caja potente para la Comunidad que se estaban
inventando. Ahí los políticos fracasaron parcialmente, pero la fusión por
imperativo coyuntural de Caja España y Caja Duero (Salamanca y
Soria) nos afectó directamente, y en ella convenientemente
instalados los representantes políticos encontrarían sillones de privilegio
remunerado. Al parecer “todo político sabe de todo”. Pasaron a
controlarla políticamente los autonomistas, aquéllos que, acompañados
por muchos de los “nuestros”, siguen buscando hundirnos en la nada identitaria
a los leoneses.
Y el propio pueblo leonés, política y socialmente involucrado en
estos avatares, va perdiendo su capacidad de oposición a una y otra cosa,
marcando una tolerancia que hasta podía tomar, en una gran mayoría, un grado de
resignación preocupante.
Las fusionadas Cajas, emprendiendo un camino disparatado durante
la “bonanza” económica y constructiva, con préstamos improcedentes, en tanto al
cliente impositor, el de siempre, se le
empezó a cobrar hasta por respirar. Y lo que resultó ser aún peor, les
empujaron hacia las “preferentes” y
“subordinadas”. Todo un engaño que se está poniendo de manifiesto. ¡No tenían mejor modo de mostrarnos “su agradecimiento”! Eso es sangrante. Y los
“directores” se van “de rositas”.
Ceiss, es el nombre del banco que finalmente se vieron abocados a formar.
Hay que empezar a olvidar lo de Caja, sus connotaciones ahora son otras, las de
un banco, además controlado o
supervisado por el Banco de España. O vendida al mejor postor, si falla
finalmente la fusión con Unicaja, una entidad sana o saneada. Puestos al
descubierto los pecados de la que fue nuestra Caja, ahora con el antifaz Ceiss
que la enmascara, resulta que nadie es responsable de los activos tóxicos que
la corroen; y empezará a deshacerse de las “toxinas” en un llamado Banco malo,
en el que encontramos sentado como consejero a un antiguo conocido, a nuestro
verdugo autonómico, Martín Villa, quien al parecer vale para todo. Tanto en la
dictadura, como en la democracia.
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