15 de mayo de 2018

VIGGO MORTENSEN, UN ASTRO PARA UN PUEBLO

       

                                
                                   ¡Gracias Viggo, por habernos elegido! 

      Estamos tan  poco acostumbrados los leoneses a que se alce una voz en nuestra defensa, o simplemente que, la palabra o las letras transporten esencia de nuestros valores, precisamente en este presente autonómico que nos cercena ilusiones a diario, que el más mínimo de los gestos opuesto a ello, nos causa una extraña sensación de reconcentrada emoción. 

Lo digo con prudencia, antecediendo a unos párrafos que se pueden asemejar a un cántico a la esperanza, o interpretar como una voz lastimera, ante la indefinición de nuestro León, ése que se resiste a un final pautado, repito pautado, políticamente.  ¡Ay!, casi desde nuestra propia casa.

Debo reconocer que Viggo Mortensen me ha sorprendido por un comedimiento gestual y de expresividad oral rigurosa, no como actor, sino como persona. Lo primero sería de escuela y lo segundo es de personalidad. ¿Elementos de juicio para ello?  Pocos, de ahí el riesgo a equivocarme en cuanto al personaje, no en lo referente a esta tierra nuestra que él ha entrado a valorar tan positivamente.  Encajan pues, esas apreciaciones, en lo intuitivo; y a la cortedad de los elementos a valorar, superpongo el emotivo hechizo de lo personal, en connotación con el para mí apasionante tema: León.

La clave inicial de estos apuntes, o el origen, nace  en el escueto pasaje de una televisiva entrevista del actor, siempre breves, por cierto, en ésa TV genérica que alarga hasta lo indecible lo llamado “del corazón”, y acorta con cicatería lo formativo y cultural. Entrevistado  y entrevistador, cruzaron sus miradas, después de ver y escuchar un corte de vídeo en el que el autor Pérez Reverte aludía al personaje de Alatriste con gruesas palabras calificativas, a las que nuestro valedor de moda, Mortensen, tamizó con el exquisito velo de la discreción, deslizando… “se permite decirlo él…” 

Seguí, queriendo comprender al actor, documentándome en algún otro medio escrito y en especial en la edición digital de la institución leonesa: DIARIO DE LEÓN, centenario y leonés, que siempre ha recogido y realzado lo nuestro con fidelidad.  Sagazmente ha sabido atraer, dentro del programa de actos conmemorativos de esa efeméride, a Viggo Mortensen, quien en no demasiadas palabras, y sí en  hechos, tanto ha facilitado que aflore nuestra memoria histórica,  el orgullo de ser y sentirse leonés, y que allende nuestro terruño se nos  pueda conocer  y valorar.

Miguel Ángel Nepomuceno, de quien siempre leí con detenimiento sus críticas precisas sobre acontecimientos musicales, rezumando sensibilidad y encanto pedagógico,  ha lanzado una serie de crónicas sobre el actor, sus conversaciones y hechos, que me han llevado a comprender un poco más… a ambos. Y aquí estoy, tratando de verter en estas líneas una llamada a la esperanza a los leoneses. Y por ello pregunto: ¿Si nos sentimos leoneses, amamos nuestras tradiciones, desde la más elemental de las costumbres propias,  cómo nos podemos dejar arrastrar, con indiferencia colectiva, autonómicamente, difuminados, cuando no borrados?

No he conseguido saber, cómo y por qué Viggo llega a la conclusión del origen leonés del capitán Diego Alatriste. Si el autor de las novelas, Pérez Reverte, no le sitúa como tal, ¿qué le empuja a Viggo a hacerlo?, ¿qué mecanismos deductivos, tan favorables para nosotros, han sido los indiciarios?  En verdad, tampoco me he esforzado demasiado en descubrirlo, prefiero la nebulosa ante el temor al desencanto.

 Viene pues, Viggo, a la tierra de Alatriste, a conocer sus gentes, su comportamiento social, y en especial su forma de hablar; “personas, dice, de carácter escueto, pero de expresión tajante y directa…”.   Pérez Reverte, nombra a Alatriste como un héroe oscuro y ambiguo. He intentando encontrar la correspondencia entre ambos adjetivos, y lo que desgaja Mortensen de la idionsicracia de los leoneses, especialmente de los montañeses: “carácter escueto”, tal vez de ahí lo “oscuro”; pero, lo de “expresión directa y tajante”, no parece corresponderse con la ambigüedad.  
  
La propuesta de Viggo  para intercalar algún leonesismo en lo diálogos, especialmente en boca del capitán, fue rechazada, ¡lástima!; faltó comprensión del dato. Si bien me extraña que, el autor, Pérez Reverte, de haberlo sabido no lo hubiera apoyado, no en balde en mayo de 1999, citando al leonés como lengua, dejó perfectamente dicho que se dejó de hablar (?), pero: “tuvo un enorme peso cultural en la Edad Media”.

Se pone en boca de Viggo una frase, recogida en dos versiones, para mí contradictorias entre sí, y en especial con arreglo a su comportamiento. Veamos. Ambas van escritas entrecomilladas, no sé si como un sic rotundo, o un entrecomillas de aproximado: “Vine a Castilla y León  y me encontré a gusto aquí, en su tierra…” (la del personaje). “Vine a esta tierra, en León me sentí a gusto”. Dudo tanto que Viggo, el que tan bien nos ha presentado Nepomuceno, aludiera al ente autonómico, que, de inmediato, me voy “al eje del mal”: ¿No será, una vez más, que hallamos presta la mano autonómica para el marcaje férreo de todo lo leonés?  ¿Acaso no tenemos  vida propia los leoneses? ¿Hasta cuando ese solapamiento nominal castellano absorbente?       









     

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