¡Gracias
Viggo, por habernos elegido!
Estamos tan
poco acostumbrados los leoneses a que se alce una voz en nuestra defensa,
o simplemente que, la palabra o las letras transporten esencia de nuestros
valores, precisamente en este presente autonómico que nos cercena ilusiones a
diario, que el más mínimo de los gestos opuesto a ello, nos causa una extraña sensación
de reconcentrada emoción.
Lo digo con prudencia, antecediendo a unos párrafos que se pueden
asemejar a un cántico a la esperanza, o interpretar como una voz lastimera,
ante la indefinición de nuestro León, ése que se resiste a un final pautado,
repito pautado, políticamente. ¡Ay!,
casi desde nuestra propia casa.
Debo reconocer que Viggo Mortensen me ha sorprendido por un
comedimiento gestual y de expresividad oral rigurosa, no como actor, sino como
persona. Lo primero sería de escuela y lo segundo es de personalidad. ¿Elementos
de juicio para ello? Pocos, de ahí el
riesgo a equivocarme en cuanto al personaje, no en lo referente a esta tierra
nuestra que él ha entrado a valorar tan positivamente. Encajan pues, esas apreciaciones, en lo
intuitivo; y a la cortedad de los elementos a valorar, superpongo el emotivo
hechizo de lo personal, en connotación con el para mí apasionante tema: León.
La clave inicial de estos apuntes, o el origen, nace en el escueto pasaje de una televisiva
entrevista del actor, siempre breves, por cierto, en ésa TV genérica que alarga
hasta lo indecible lo llamado “del corazón”, y acorta con cicatería lo
formativo y cultural. Entrevistado y
entrevistador, cruzaron sus miradas, después de ver y escuchar un corte de
vídeo en el que el autor Pérez Reverte aludía al personaje de Alatriste con
gruesas palabras calificativas, a las que nuestro valedor de moda, Mortensen,
tamizó con el exquisito velo de la discreción, deslizando… “se permite decirlo
él…”
Seguí, queriendo comprender al actor, documentándome en algún otro
medio escrito y en especial en la edición digital de la institución leonesa:
DIARIO DE LEÓN, centenario y leonés, que siempre ha recogido y realzado lo nuestro
con fidelidad. Sagazmente ha sabido atraer,
dentro del programa de actos conmemorativos de esa efeméride, a Viggo
Mortensen, quien en no demasiadas palabras, y sí en hechos, tanto ha facilitado que aflore
nuestra memoria histórica, el orgullo de
ser y sentirse leonés, y que allende nuestro terruño se nos pueda conocer
y valorar.
Miguel Ángel Nepomuceno, de quien siempre leí con detenimiento sus críticas
precisas sobre acontecimientos musicales, rezumando sensibilidad y encanto
pedagógico, ha lanzado una serie de
crónicas sobre el actor, sus conversaciones y hechos, que me han llevado a
comprender un poco más… a ambos. Y aquí estoy, tratando de verter en estas
líneas una llamada a la esperanza a los leoneses. Y por ello pregunto: ¿Si nos
sentimos leoneses, amamos nuestras tradiciones, desde la más elemental de las
costumbres propias, cómo nos podemos
dejar arrastrar, con indiferencia colectiva, autonómicamente, difuminados,
cuando no borrados?
No he conseguido saber, cómo y por qué Viggo llega a la conclusión del
origen leonés del capitán Diego Alatriste. Si el autor de las novelas, Pérez
Reverte, no le sitúa como tal, ¿qué le empuja a Viggo a hacerlo?, ¿qué
mecanismos deductivos, tan favorables para nosotros, han sido los indiciarios? En verdad, tampoco me he esforzado demasiado
en descubrirlo, prefiero la nebulosa ante el temor al desencanto.
Viene pues, Viggo, a la tierra
de Alatriste, a conocer sus gentes, su comportamiento social, y en especial su
forma de hablar; “personas, dice, de carácter escueto, pero de expresión
tajante y directa…”. Pérez Reverte,
nombra a Alatriste como un héroe oscuro y ambiguo. He intentando encontrar la correspondencia
entre ambos adjetivos, y lo que desgaja Mortensen de la idionsicracia de los
leoneses, especialmente de los montañeses: “carácter escueto”, tal vez de ahí
lo “oscuro”; pero, lo de “expresión directa y tajante”, no parece
corresponderse con la ambigüedad.
La propuesta de Viggo para intercalar
algún leonesismo en lo diálogos, especialmente en boca del capitán, fue
rechazada, ¡lástima!; faltó comprensión del dato. Si bien me extraña que, el
autor, Pérez Reverte, de haberlo sabido no lo hubiera apoyado, no en balde en
mayo de 1999, citando al leonés como lengua, dejó perfectamente dicho que se
dejó de hablar (?), pero: “tuvo un enorme peso cultural en la Edad Media”.
Se pone en boca de Viggo una frase, recogida en dos versiones, para mí
contradictorias entre sí, y en especial con arreglo a su comportamiento.
Veamos. Ambas van escritas entrecomilladas, no sé si como un sic rotundo,
o un entrecomillas de aproximado: “Vine a Castilla y León y me encontré a gusto aquí, en su tierra…” (la
del personaje). “Vine a esta tierra, en León me sentí a gusto”. Dudo tanto que Viggo,
el que tan bien nos ha presentado Nepomuceno, aludiera al ente autonómico, que,
de inmediato, me voy “al eje del mal”: ¿No será, una vez más, que hallamos presta
la mano autonómica para el marcaje férreo de todo lo leonés? ¿Acaso no tenemos vida propia los leoneses? ¿Hasta cuando ese
solapamiento nominal castellano absorbente?
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