Entre eufemismo e invisibilidad nominal
Ni Rajoy, en su condición de presidente del
gobierno actual, vicepresidente
entonces, ni Federico Trillo, exministro del Ejercito, emplazado en un refugio dorado como embajador de España en
Londres hasta “ayer”, llegaron a hacer motu proprio, reconocimiento oficial,
político, ni tan siquiera humano, de los
errores cometidos antes y después en el asunto del Yak-42.
Probablemente el señor Trillo, supusiera que iba a
contar con la “obediencia debida”, algo consustancial al ordeno y mando en el
ejército. Mas, desde el momento del
funeral y en días sucesivos, los
familiares de las víctimas le dieron muestras de que no iba bien por tal camino. Pero, ensoberbecido, apiñado en la robustez
del PP, no se avino a dar pausada y
merecida explicación. Esto es así, como
digo yo, ¡y se acabó!
Por todos son conocidas las dos vertientes del
caso: La contratación de aviones en tan mal estado a la vista, que asustaba;
y, sufrido el accidente, la precipitada
recogida de restos humanos, sin respeto
a las elementales normas forenses para reconocimiento de las personas, que
dieron lugar a falsas identificaciones. Urgía silenciar y repatriar.
Como
no podía ser de otra manera, los familiares de las víctimas no han dejado de
mostrar su disconformidad, dolorosa en origen,
y ampliada por el tratamiento
subsiguiente, y la poca atención que se les prestaba.
Casi catorce años después, el Consejo de
Estado ha venido a poner un punto de
lucidez: “El ministerio tuvo indicios del riesgo y no actuó”. La Compañía y los aviones eran
impresentables, subcontratas inadmisibles, caras, sin seguros y sin controlar
la distribución del montante.
Acababan de ganar una importante baza los
familiares, y con ella tomaban nueva presencia activa, destacada y mediática,
señalando que sólo buscaban recibir unas frases de perdón del mismo PP,
intransigente y dado a pronuncia palabras huecas para despistar.
Rajoy hoy presidente del gobierno, y Cospedal
ministra del Ejército por él nombrada, habían tenido la posibilidad de
pronunciar ¡perdón! sin que nadie les presionase, reconociendo al propio tiempo
la mala ejecutoria. Claro que, para Rajoy, “el asunto ya estaba substanciado en
los tribunales”… y si no se cita, para él
¡deja de existir!
La ministra recibiendo a los familiares, cuando
toda la atención popular y mediática
estaba puesta en ella, por el cargo; tras escuchar sus demandas, al fin soltó
la palabra: perdón. Pero ¡cuidado!, dejó claro que éste partía del Estado, todo un juego de palabras y
compromisos para liberar de la carga negativa al PP, cuando le corresponde
plenamente.
Para Trillo, que hubo de cesar de embajador, pero
enrocado en su erre que erre, nada venía a cambiar el informe del Consejo, en
su caso todo lo habían hecho con normalidad y atendiendo al bien común.
Rajoy, como
nos tiene acostumbrados a dejar transcurrir las cosas, para que se arreglen
solas, sin apenas salpicarle, dejada ir el asunto, ejercitando aquello de
silenciar nombres de personas y de hechos, por estar instalado en la convicción
de que de tal modo, el fallo, el error, o incluso el dolo, deja de existir. Su
labor de in vigilando le resbala.
Hay en él otra faceta, la de emplear eufemismos
tratando de rebajar el interés o la importancia de algún hecho. Recordemos el
Prestige, y los hilitos de plastilina, cuando el chapapote ennegrecía hasta los
pensamientos en el sufrido pueblo gallego.
El presidente, que
ya no puede seguir de perfil, recibe en La Moncloa a los familiares,
habla con ellos, sin haberse ganado lo que, generosamente, le están ofreciendo: el beneficio de la duda,
aunque surja éste de un comprensible, por humano, “a menos perder”. Pero sí logra, mediante el “buenismo” en la
palabra, que queden en espera de una supuesta satisfacción moral.
Pedir perdón no es lo suyo, ni lo menciona, pero
consigue que sus interlocutores encalmados en su irreversible dolor se sientan
ahora atendidos. Y les propone algo que los familiares bienintencionados
asimilan a perdón: “esta vez se harán bien las cosas”. Aun cuando se entienda y
no se diga abiertamente que, si antes no se hicieron bien, los que así actuaron
o callaron, y él era vicepresidente del gobierno entonces, sus voces ni son válidas ahora, ni medianamente creíbles.
En
el Parlamento de la nación interpelado sobre su comportamiento respecto a los
familiares, e instándole a pedir perdón;
pues bien, ni por ésas.
Claro que, quien se lo pedía no era otro que
Hernando, el socialista portavoz del “anteayer” ¡no es no!, y luego, cuando las
cosas se pusieron feas y se podía escapar el momio, aconsejó y defendió la
abstención que otros proponían para favorecer el gobierno Rajoy; todo un
ejemplo de volubilidad personal acomodaticia. Y, además, cuando el catalán
señor Rufián, les coloca la etiqueta de “iscariotes!, va y se enfada.
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