13 de febrero de 2017

Enlazando una reflexión

Entre eufemismo  e invisibilidad nominal


Ni Rajoy, en su condición de presidente del gobierno actual,  vicepresidente entonces, ni Federico Trillo, exministro del Ejercito, emplazado en un  refugio dorado como embajador de España en Londres hasta “ayer”, llegaron a hacer motu proprio, reconocimiento oficial, político,  ni tan siquiera humano, de los errores cometidos antes y después en el asunto del Yak-42.
Probablemente el señor Trillo, supusiera que iba a contar con la “obediencia debida”, algo consustancial al ordeno y mando en el ejército.  Mas, desde el momento del funeral y en días sucesivos,  los familiares de las víctimas le dieron muestras de que no iba bien por tal camino.  Pero, ensoberbecido, apiñado en la robustez del PP, no se avino a dar  pausada y merecida explicación.  Esto es así, como digo yo, ¡y se acabó!

Por todos son conocidas las dos vertientes del caso: La contratación de aviones en tan mal estado a la vista, que asustaba; y,  sufrido el accidente, la precipitada recogida de restos humanos,  sin respeto a las elementales normas forenses para reconocimiento de las personas, que dieron lugar a falsas identificaciones. Urgía silenciar y repatriar.


Como no podía ser de otra manera, los familiares de las víctimas no han dejado de mostrar su disconformidad, dolorosa en origen,  y  ampliada por el tratamiento subsiguiente, y la poca atención que se les prestaba. 

Casi catorce años después, el Consejo de Estado  ha venido a poner un punto de lucidez: “El ministerio tuvo indicios del riesgo y no actuó”.   La Compañía y los aviones eran impresentables, subcontratas inadmisibles, caras, sin seguros y sin controlar la distribución del montante.

Acababan de ganar una importante baza los familiares, y con ella tomaban nueva presencia activa, destacada y mediática, señalando que sólo buscaban recibir unas frases de perdón del mismo PP, intransigente y dado a pronuncia palabras huecas para despistar. 

Rajoy hoy presidente del gobierno, y Cospedal ministra del Ejército por él nombrada, habían tenido la posibilidad de pronunciar ¡perdón! sin que nadie les presionase, reconociendo al propio tiempo la mala ejecutoria. Claro que, para Rajoy, “el asunto ya estaba substanciado en los tribunales”… y si no se cita, para él  ¡deja de existir! 

La ministra recibiendo a los familiares, cuando toda la atención popular  y mediática estaba puesta en ella, por el cargo; tras escuchar sus demandas, al fin soltó la palabra: perdón. Pero ¡cuidado!, dejó claro que éste partía del Estado,  todo un juego de palabras y compromisos para liberar de la carga negativa al PP, cuando le corresponde plenamente.

Para Trillo, que hubo de cesar de embajador, pero enrocado en su erre que erre, nada venía a cambiar el informe del Consejo, en su caso todo lo habían hecho con normalidad y atendiendo al bien común.

Rajoy, como nos tiene acostumbrados a dejar transcurrir las cosas, para que se arreglen solas, sin apenas salpicarle, dejada ir el asunto, ejercitando aquello de silenciar nombres de personas y de hechos, por estar instalado en la convicción de que de tal modo, el fallo, el error, o incluso el dolo, deja de existir. Su labor de  in vigilando le resbala. 

Hay en él otra faceta, la de emplear eufemismos tratando de rebajar el interés o la importancia de algún hecho. Recordemos el Prestige, y los hilitos de plastilina, cuando el chapapote ennegrecía hasta los pensamientos en el sufrido pueblo gallego.


El presidente, que  ya no puede seguir de perfil, recibe en La Moncloa a los familiares, habla con ellos, sin haberse ganado lo que, generosamente,  le están ofreciendo: el beneficio de la duda, aunque surja éste de un comprensible, por humano, “a menos perder”.  Pero sí logra, mediante el “buenismo” en la palabra, que queden en espera de una supuesta satisfacción moral. 

Pedir perdón no es lo suyo, ni lo menciona, pero consigue que sus interlocutores encalmados en su irreversible dolor se sientan ahora atendidos. Y les propone algo que los familiares bienintencionados asimilan a perdón: “esta vez se harán bien las cosas”. Aun cuando se entienda y no se diga abiertamente que, si antes no se hicieron bien, los que así actuaron o callaron, y él era vicepresidente del gobierno entonces, sus voces ni son  válidas ahora,  ni medianamente creíbles. 
En el Parlamento de la nación interpelado sobre su comportamiento respecto a los familiares, e instándole a pedir perdón;  pues bien, ni por ésas.

Claro que, quien se lo pedía no era otro que Hernando, el socialista portavoz del “anteayer” ¡no es no!, y luego, cuando las cosas se pusieron feas y se podía escapar el momio, aconsejó y defendió la abstención que otros proponían para favorecer el gobierno Rajoy; todo un ejemplo de volubilidad personal acomodaticia. Y, además, cuando el catalán señor Rufián, les coloca la etiqueta de “iscariotes!, va y se enfada.  

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