12 de marzo de 2014

¡Bravo, Pedro!

Dicho así, sin apellidos, puede intrigar al lector la aparente familiaridad al nombrar al aplaudido. Pero, si añado García Trapiello, además de identificar al columnista de este medio, y su Cornada de lobo de admirable ingenio, pronto le situará como el autor de la obra La Catedral de Cristal, un oratorio profano, a nuestra hermosa Catedral dedicado, y tomará verdadero valor el vitoreo ante tan bello esfuerzo.


La fecha del estreno ya será un hito, 1 de marzo de 2014, pues llevará incorporado, como dato inamovible, el gran éxito de su obra prima: un libreto en verso narrativo tan firme como aguerrido, al que pondría una música sugerente, con gran cuidado, por cierto, el compositor leonés Igor Escudero, a fin de recoger las reminiscencias de los cuatro momentos por el escritor elegidos.

Y así, en un vivo clamor, a toda orquesta, o marcando tiempos en cuerda, metales o percusión que destacaban las fases representativas de la ejecución material de nuestra Catedral, y el momento en el que, el componente humano, ése que venía y se iba según cuenta Trapiello, mas no sin dejar su impronta cultural, Igor Escudero, con sonoridades descriptivas nos supo introducir con maestría. Sin duda merecedor de una no menor aclamación.

Un gran esfuerzo musical bien aprovechado por nuestra Orquesta Sinfónica Odón Alonso, tan poco ayudada por las instituciones, como bien dirigida por Dorel Murgu, quien, en su cometido, también llevó gestualmente y con su ágil batuta al Coro Ángel Barja, que respirando al unísono, por bien estudiada su intervención, nos puso voz al pueblo.

El compositor leonés, Igor Escudero, hizo una buena labor, captó los momentos rimados de Trapiello, dándoles colorido musical;  y voz al pueblo leonés, con brillantez asumido por el Coro Ángel Barja...


y supo exaltar Dorel, también cuando alargaba su musicalidad decreciente, cual un figurativo ¡oh! de admiración popular ante la magna catedral en construcción; o cortar al coro, con rotundo y efectista silencio, cuando el pueblo leonés de la época enmudecía asombrado.

Y aquí, en este momento, pido disculpas si un normal espectador como yo, que a duras penas puede alcanzar la condición de sencillo diletante, se haya metido en la atrevida descripción de lo percibido en el Auditorio. En mi descargo añado que, guiado tan sólo por mi «ser leonés» emocionado.

Más aún cuando, a continuación, y aunque sea con brevedad, hable de las voces líricas, prestigiadas ya, que colaboraron firmemente al éxito. Y que en la obra, entiendo, eran voces significadas del pueblo, surgiendo emergentes para contar angustiadas, o en loor de aquel León, los largos avatares.

Nuestro tenor Ignacio Encinas, que supo acoger generosamente el protagonismo que de él se esperaba, dio en cada momento narrativo el énfasis requerido. En la misma línea Marta Arce, logrando poner lo mejor de su cultivada voz de soprano, dada su gran profesionalidad. El bajo Pedro Baruque y la soprano Conchi Moyano, leonesa de Zamora, colaboraron, sin duda, al éxito general.
Trapiello, con el mejor de los tonos de su grave voz, bien dicente, quiso y supo introducirnos cada tiempo, en el particular acontecimiento a revivir.

El Oratorio dedicado a nuestra Catedral, vista a través de ese cristal fabuloso con el que Pedro G. Trapiello nos invitó a contemplarla, es ya un éxito. Enhorabuena.


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