Mi homenaje al expresidente, Adolfo Suárez, pasa por
traer aquí una página que ya forma parte de unos recuerdos, en plan memorias
leonesistas, que tengo en elaboración.
Se corresponden con la manifestación
leonesa como rechazo popular al “tejerazo” fallido. He aquí el relato:
Aquella tarde de febrero de 1981, los
ciudadanos españoles de a pie, en modo alguno esperaban que un grupo de
guardias civiles, a la 18,22 horas, al mando del teniente coronel Antonio
Tejero Molina, entraran armados en el
Parlamento de la nación, para tomar la sede, en espera de la autoridad,
“militar por supuesto”, que se hiciera cargo del gobierno de la nación. Vamos
un golpe de Estado en toda regla. Se
estaba votando, en ese momento, la investidura de Calvo Sotelo como presidente
del Gobierno.
Recordaba, y bien, Aurelio, que Adolfo
Suárez, había dimitido el día 29 de enero, pues, en el trabajo habían tenido
una controvertida polémica respecto a este ex falangista, providencial para
llevar a buen término la implantación de la democracia, dando la cara, dialogante, y con la suficiente audacia para
deshacer previamente todo el aparato franquista. Todo lo cual no quiere decir
que no hubiera otros, más o menos en la sombra, incluso con más capacidad de
decisión, que le eligieron y reforzaron, como Torcuato González Miranda.
Ésta era la tesis que él defendía, no
sin dejar de reconocer como cierto que en el Movimiento, aparato político más
franquista que Franco, pudieran emerger
voces tildándole de traidor…claro, desde
el punto de vista de los fascistas, que Adolfo hubo e controlar, convencer y
desmantelarlo mediante decreto que firmó con decisión.
Martín Villa, primero nuestro azote
autonómico, luego nuestro verdugo, sordo de conveniencia para no escuchar al
pueblo leonés, apenas hacía un año nos
había cerrado la puerta a la elección de destino autonómico con sus “razones de
estado”, en aquellos momentos del golpe ostentaba
la cartera de Administración Territorial.
Estaba, como miembro del gobierno, presente en el Parlamento, y en tanto
se tiraba al suelo, como casi todos, en improvisada respuesta a los disparos de
los guardias civiles, dicen que exclamó: ¡Vaya, hombre, otra vez Tejero!
Suárez no se echó al suelo, no se dejó
intimidar por los disparos, aquellos guardias que disparaban, como institución estaban a sus
órdenes, así se lo lanzó de viva voz a los civiles. En él estuvo representado el
orgullo de los españoles. Rechazo pleno
a la involución.
Al igual que todos los españoles, los
leoneses, dotados ya de un ligero entrenamiento en los clamores colectivos por
su autonomía, salieron a la calle el 27 de febrero a las 7 de la tarde para
demostrar en manifestación pública que la democracia había vencido a la
regresión.
No importaba la lluvia amenazante, ni
lo gris de la tarde en consonancia con el oscuro suceso de los
días 23 y 24, cuando entraron en el parlamento unos guardias civiles reclutados
en distintos servicios, esgrimiendo la fuerza de las armas y haciendo llover tiros intimidatorios,
queríamos demostrar en la calle, que estábamos tratando de conservar la
libertad que en democracia estábamos ganando.
La climatología no nos podía arredrar, así lo comentaba Aurelio cuando en el frío
atardecer remataba el día, y empezaba la
manifestación a recorrer las calles céntricas en defensa de la Libertad, la
Democracia y la Constitución, tal como rezaba la pancarta.
En la plaza de Regla, cerca de la
Virgen Blanca situada en el parteluz del pórtico occidental de nuestra
Catedral, un doctor leonés, Fernando Salgado, en aquel entonces director
de la Residencia de la Seguridad Social, bautizada con el mismo nombre:
“Virgen Blanca”, finalizada la marcha, se disponía a cerrar el acto leyendo un
manifiesto.
Bajo “la pertinaz” lluvia desluciendo
el momento, pero tratando de lavar con sus finas gotas culpas ajenas, los
asistentes en respetuoso silencio pudieron escuchar su discurso final, emocionado, sincero y rotundo, dirigido al
pueblo, “no como mero espectador, sino como protagonista de su historia que
aquí mostraba su deseo de vivir en libertad y en democracia… ” Los vivas a la Constitución, y a la
democracia, contestados por la muchedumbre asistente, con emotiva espontaneidad,
era el mejor de los augurios para el ¡viva España! final, lanzado al aire
leonés con vigoroso énfasis por los participantes, seguido de aplausos como el
mejor de los colofones.
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