2 de febrero de 2014

En Sevilla. Ofrenda a San Fernando

Nuestros pendones allá donde vayan, todos sabemos que   llevan hacia lo más alto la dignidad de un reino, pero también los valores de cada pueblo que lo conserva y exhibe como algo que le identifica. La suma de todos ellos, es la representación de un Pueblo, el Leonés, con una historia conjunta para un Reino.  

En Sevilla 2014, según reza el cartel, en el que la alta verticalidad de nuestras enseñas comparece junto a la Giralda, nos anuncia una Ofrenda floral a San Fernando.

Esto me provoca cierta inquietud dado que en  el cartel veo el escudo que se inventaron los políticos autonomistas del ente que llaman Castilla y León,  "Casa de Castilla y León"...

En el artículo que propongo a continuación para su lectura, en relación con la etapa histórica de nuestro Reino que se continúa con el rey Fernando III "el santo", se pueden comprender mis reticencias. No al tema religioso, eso va por otro camino, sí a hechos de su reinado, y cómo se aprovechan interesadamente los autonomistas citados, en favor de lo castellanoleonés que tratan de implantar. Lo escribí en noviembre de 2001.

            

  FERNANDO III,  LE LLAMARON “EL SANTO”
  A propósito del VIII Congreso de Estudios Medievales en León, 2001

Se puede escribir  sobre nuestra historia con o sin apasionamiento, y, en ambos supuestos, reflejar lo acontecido primando la verosimilitud, pero particularizando en lo propio.  De igual  manera es posible también bajo los mismos condicionantes, leer o interpretar sus escasas y antiguas páginas, casi siempre cargadas de una retórica repetitiva, intentando acercarlas no sólo a nuestro convencimiento, sino también  al de otros.

Los leoneses parece que siempre hemos adolecido de cierto grado de despreocupación a cerca de lo nuestro, que ha permanecido demasiado tiempo entre tinieblas, y ante la relativa duda en lo relatado, por temor a que se nos tache de interesados, “barremos para afuera”.  Y, frecuentemente, permitimos que otros en la valoración parcial de los mismos hechos “arrimen el ascua a su sardina”.


En este orden de cosas, y como apoyatura eficaz de lo antedicho, traemos aquí lo escrito como preámbulo  por D. Filemón de la Cuesta, en su libro sobre Los Reyes de León, que sigue siendo algo más que sugerente:  “Es necesario escribir la historia de León con criterios leonesistas sin faltar a la verdad y a los hechos...”. Algo que, de manera singular, pone en práctica en todas sus páginas, todo un alegato tratando de rebatir determinadas interpretaciones en clave castellana de Fray Justo Pérez de Urbel. Autor éste que, sin duda, había inclinado descaradamente la balanza de los sucesos históricos siempre a favor de su Castilla.

Ejemplos opuestos hay muchos y variados, pero  ninguno tan importante por su trascendencia, y que sirve como antecedente al tema propuesto,  como el del verdadero valor de la Curia Regia de Alfonso IX en 1188, precisamente cuando acababa de colocar sobre sus sienes la corona del Reino de León, su herencia y su pasión.  Sabido es que a ella fueron convocados ciudadanos –civitatibus- de las distintas capitales del reino, por vez primera con un cierto grado de representatividad, junto a magnates: Nobles y Clérigos. 


     Pues bien, hay quienes “barriendo” con la escoba del academicismo, más brillante hacia sí, que con fulgor leonés, prefieren poner entre dudas que la Curia fuera algo más que una asamblea al uso. Un Palatium Regis, incluso sin el valor incipiente de lo que más tarde empezaríamos a denominar Cortes.  Y que los ciudadanos  asistentes -civitatibus-, apoyándose tal vez en lo de ex singulis,  pudieron ser personajes con poder en las urbes realengas,  de la baja nobleza, o de caballería no noble, lo que viene a suponer que no representaban al pueblo llano que hoy diríamos.  No admitiendo así que éstos, como base social de su momento,  vinieran a completar un parlamento embrionario al que Alfonso IX, cediendo poder,  les había llamado.  
Cortes, como hoy las denominanos,  en las que se elaboraron unos Decretas. Se legisló por tanto, marcando así unos, si se quiere, rudimentos básicos que toda creación requiere. 

Alfonso IX, tuvo un primer hijo, de nombre Fernando, en su matrimonio con Teresa de Portugal;  con él, como heredero, se aseguraba la continuidad del Reino de León, no en balde había ya participado, como preparación, al lado de su padre en tareas oficiales. Su muerte en 1214, a los 22 años de edad,  daría un giro negativo a la idea sucesoria de Alfonso IX y  para los intereses de León cuya pervivencia diferenciada peligraba con ello.

Evidentemente, así empezaría a ser cuando, otro Fernando, - Fernando III el Santo - el “leonés” como se le denominaba en Castilla, educado en Galicia, hijo también de Alfonso IX, pero fruto de un segundo matrimonio, éste con Doña Berenguela, “la castellana”, como se conocía a la heredera del trono de Castilla, llegó a ceñirse la corona de los dos reinos: el de León y el de Castilla, a la  muerte de su padre. Alfonso IX, murió en Sarriá el 24 de septiembre de 1230. 
No fue fácil, las hábiles maniobras de Berenguela para no cumplir el deseo alfonsino, aquél de que sus hijas, Sancha y Dulce, fueran sus directas herederas, resultaron decisivas.


Conviene recordar que Fernando tomó el ordinal de tercero, por alcanzar el trono leonés con el nombre de su abuelo: Fernando II de León. Que el Reino de León era más importante y veterano, por lo tanto debería haber seguido gozando de preferencia protocolaria en la nominación; algo que muy pronto se “olvidó”.   Y que, ante el poder castellano en auge, León empezaría muy pronto a perder hegemonía, y con ello a iniciarse el declive de un pueblo, el Pueblo Leonés,  ya que Fernando III no consta que ratificara, de manera expresa, lo legislado en las Cortes de 1188 donde habían ganado voz parlamentaria los ciudadanos leoneses con su padre, Alfonso IX, así como derechos y libertades estipuladas en claras decretas.

Lo que acabo de exponer, desde mi posición de sencillo dilentante de nuestra historia, procurando no faltar a la verdad, ha sido dar un  favorable lustre interpretativo a lo nuestro, a unos hechos recogidos en letra impresa y asequibles a cualquier lector.  Así continuaré, sin intentar glosar la real figura de este leonés del siglo XIII, puntualizando que empezó siendo rey de una Castilla ascendente, para asumir posteriormente también la corona de “su” León de origen, nominándose, por tanto, rey de León y de Castilla.    Pero, tal cosa, no supuso entonces, ni posteriormente la unión del pueblo castellano y del pueblo leonés  en singular personalidad.

Fernando III, dio oficialidad en su corte al romance castellano hablado y escrito, en indudable detrimento de la lengua leonesa, romance, de enorme peso cultural en el medievo, por lo tanto oficial y del pueblo.  Y tal como se dijo en el Congreso citado, el castellano se consolidó durante su reinado y se empezó a castellanizar el leonés. Ese indudable daño, esa pérdida de un bien y un derecho del pueblo leonés, no tuvieron empacho alguno en presentarlo los medievalistas asistentes como si fuera un don.

Si bien lo más incomprensible fue el intento congresual medievalista de situar al monarca como una bendición, sería por lo de “santo”, cuando en 1230 empezó a llevar la corona de los reinos de León y de Castilla, interpretando que también hubo fusión de ambos pueblos y que, tal cosa,  viene a corroborar lo acertado de la actual  Comunidad Autónoma de Castilla y León.  Innecesaria puntualización, más política que histórica, fuera de lo real, no tanto por  su connotación monárquica, como por lo de estar fuera de la realidad cultural más escrupulosa.





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