Nuestros pendones allá donde vayan, todos sabemos que llevan hacia lo más alto la dignidad de un reino, pero también los valores de cada pueblo que lo conserva y exhibe como algo que le identifica. La suma de todos ellos, es la representación de un Pueblo, el Leonés, con una historia conjunta para un Reino.
En Sevilla 2014, según reza el cartel, en el que la alta verticalidad de nuestras enseñas comparece junto a la Giralda, nos anuncia una Ofrenda floral a San Fernando.
Esto me provoca cierta inquietud dado que en el cartel veo el escudo que se inventaron los políticos autonomistas del ente que llaman Castilla y León, "Casa de Castilla y León"...
En el artículo que propongo a continuación para su lectura, en relación con la etapa histórica de nuestro Reino que se continúa con el rey Fernando III "el santo", se pueden comprender mis reticencias. No al tema religioso, eso va por otro camino, sí a hechos de su reinado, y cómo se aprovechan interesadamente los autonomistas citados, en favor de lo castellanoleonés que tratan de implantar. Lo escribí en noviembre de 2001.
FERNANDO III, LE LLAMARON “EL SANTO”
A propósito
del VIII Congreso de Estudios Medievales en León, 2001
Se puede escribir sobre nuestra historia con o sin
apasionamiento, y, en ambos supuestos, reflejar lo acontecido primando la verosimilitud,
pero particularizando en lo propio. De
igual manera es posible también bajo los
mismos condicionantes, leer o interpretar sus escasas y antiguas páginas, casi
siempre cargadas de una retórica repetitiva, intentando acercarlas no sólo a
nuestro convencimiento, sino también al
de otros.
Los leoneses parece que siempre
hemos adolecido de cierto grado de despreocupación a cerca de lo nuestro, que
ha permanecido demasiado tiempo entre tinieblas, y ante la relativa duda en lo
relatado, por temor a que se nos tache de interesados, “barremos para
afuera”. Y, frecuentemente, permitimos
que otros en la valoración parcial de los mismos hechos “arrimen el ascua a su
sardina”.
En este orden de cosas, y como
apoyatura eficaz de lo antedicho, traemos aquí lo escrito como preámbulo por D. Filemón de la Cuesta, en su libro sobre Los Reyes de León, que sigue siendo
algo más que sugerente: “Es necesario
escribir la historia de León con criterios leonesistas sin faltar a la verdad y
a los hechos...”. Algo que, de manera singular, pone en práctica en todas
sus páginas, todo un alegato tratando de rebatir
determinadas interpretaciones en clave castellana de Fray Justo Pérez de Urbel.
Autor éste que, sin duda, había inclinado descaradamente la balanza de los
sucesos históricos siempre a favor de su Castilla.
Ejemplos opuestos hay muchos y
variados, pero ninguno tan importante
por su trascendencia, y que sirve como antecedente al tema propuesto, como el del verdadero valor de la Curia Regia
de Alfonso IX en 1188, precisamente cuando acababa de colocar sobre sus sienes
la corona del Reino de León, su herencia y su pasión. Sabido es que a ella fueron convocados
ciudadanos –civitatibus- de las
distintas capitales del reino, por vez primera con un cierto grado de representatividad,
junto a magnates: Nobles y Clérigos.
Pues bien, hay quienes “barriendo” con la escoba del
academicismo, más brillante hacia sí, que con fulgor leonés, prefieren poner
entre dudas que la Curia fuera algo más que una asamblea al uso. Un Palatium Regis, incluso sin el valor incipiente de lo
que más tarde empezaríamos a denominar Cortes. Y que los ciudadanos
asistentes -civitatibus-, apoyándose tal vez en lo de ex singulis, pudieron ser
personajes con poder en las urbes realengas, de la baja nobleza, o de
caballería no noble, lo que viene a suponer que no representaban al pueblo
llano que hoy diríamos. No admitiendo así que éstos, como base social de
su momento, vinieran a completar un parlamento embrionario al que Alfonso
IX, cediendo poder, les había llamado.
Cortes, como hoy las denominanos,
en las que se elaboraron unos Decretas. Se
legisló por tanto, marcando así unos, si se quiere, rudimentos básicos que toda
creación requiere.
Alfonso IX, tuvo un primer hijo, de
nombre Fernando, en su matrimonio con Teresa de Portugal; con él, como heredero, se aseguraba la
continuidad del Reino de León, no en balde había ya participado, como
preparación, al lado de su padre en tareas oficiales. Su muerte en 1214, a los
22 años de edad, daría un giro negativo
a la idea sucesoria de Alfonso IX y para
los intereses de León cuya pervivencia diferenciada peligraba con ello.
Evidentemente, así empezaría a ser
cuando, otro Fernando, - Fernando III el Santo - el “leonés” como se le
denominaba en Castilla, educado en Galicia, hijo también de Alfonso IX, pero
fruto de un segundo matrimonio, éste con Doña Berenguela, “la castellana”, como
se conocía a la heredera del trono de Castilla, llegó a ceñirse la corona de los dos
reinos: el de León y el de Castilla, a la muerte de su padre. Alfonso IX, murió en Sarriá el 24 de
septiembre de 1230.
No fue fácil, las hábiles maniobras de Berenguela para no cumplir el deseo alfonsino, aquél de que sus hijas, Sancha y Dulce, fueran sus directas herederas, resultaron decisivas.
No fue fácil, las hábiles maniobras de Berenguela para no cumplir el deseo alfonsino, aquél de que sus hijas, Sancha y Dulce, fueran sus directas herederas, resultaron decisivas.
Conviene
recordar que Fernando tomó el ordinal de tercero, por alcanzar el trono leonés
con el nombre de su abuelo: Fernando II de León. Que el Reino de León era más
importante y veterano, por lo tanto debería haber seguido gozando de preferencia
protocolaria en la nominación; algo que muy pronto se “olvidó”. Y
que, ante el poder castellano en auge, León empezaría muy pronto a perder
hegemonía, y con ello a iniciarse el declive de un pueblo, el Pueblo
Leonés, ya que Fernando III no consta que ratificara, de manera expresa,
lo legislado en las Cortes de 1188 donde habían ganado voz parlamentaria los
ciudadanos leoneses con su padre, Alfonso IX, así como derechos y libertades
estipuladas en claras decretas.
Lo que acabo de exponer, desde mi
posición de sencillo dilentante de nuestra historia, procurando no faltar a la
verdad, ha sido dar un favorable lustre
interpretativo a lo nuestro, a unos hechos recogidos en letra impresa y
asequibles a cualquier lector. Así
continuaré, sin intentar glosar la real figura de este leonés del siglo XIII,
puntualizando que empezó siendo rey de una Castilla ascendente, para asumir
posteriormente también la corona de “su” León de origen, nominándose, por
tanto, rey de León y de Castilla.
Pero, tal cosa, no supuso entonces, ni posteriormente la unión del
pueblo castellano y del pueblo leonés en
singular personalidad.
Fernando III, dio oficialidad en su
corte al romance castellano hablado y escrito, en indudable detrimento de la
lengua leonesa, romance, de enorme peso cultural en el medievo, por lo tanto oficial y
del pueblo. Y tal como se dijo en el
Congreso citado, el castellano se consolidó durante su reinado y se empezó a
castellanizar el leonés. Ese indudable daño, esa pérdida de un bien y un
derecho del pueblo leonés, no tuvieron empacho alguno en presentarlo los medievalistas asistentes como si fuera un don.
Si bien lo más incomprensible fue
el intento congresual medievalista de situar al monarca como una bendición, sería por lo de “santo”,
cuando en 1230 empezó a llevar la corona de los reinos de León y de Castilla,
interpretando que también hubo fusión de ambos pueblos y que, tal cosa, viene a corroborar
lo acertado de la actual Comunidad
Autónoma de Castilla y León. Innecesaria
puntualización, más política que histórica, fuera de lo real, no tanto por su connotación monárquica, como por lo de
estar fuera de la realidad cultural más escrupulosa.
No hay comentarios :
Publicar un comentario