1 de mayo de 2012


Cuando el Cabildo de San Isidoro recoge la cera 



Las Cabezadas, entendidas no como doblar la cerviz municipal de los representantes del pueblo, sino, como una marcada reverencia, una exagerada flexión lumbar, cual punto de máximo respeto o acatamiento, en este caso al Cabildo isidoriano. Visto esto desde el desconocimiento del acto por parte de un espectador foráneo, y por lo tanto ignorando su valor tradicional, puede que hasta resulte un punto teatral o si se quiere de exagerado saludo o despedida, ejecutada además hasta tres veces.

 El pueblo, por medio de sus ediles, cumple así su añejo voto, su ofrecimiento sin escatimar la cera: un cirio de arroba y dos hachas;  y la autoridad religiosa lo  toma como obligada entrega. Entre bromas intercalas en el discurso, por aquello de la amenidad, mas la apoyatura histórico-literaria en ambos portavoces,  la secular diatriba se repite con mayor o menor adorno elocuente cada año, cuando ha empezado la Pascua Florida.  


Si en algún momento se ha pensado en condensar la idea de foro con la dispar de oferta,  o tomar como muestra de buena voluntad romper tal diferencia secular, sin duda estaríamos entrando en el desequilibrio entre lo impuesto y lo comprometido popularmente, muy bien conservado esto en lo que sonoramente denominamos acervo. Algo así como la intangible memoria colectiva de un pueblo.  

Los documentos donde se recogen protocolo y compromiso de éste y otros asuntos municipales, dan fe y lo hacen incuestionable; pero el valor de la memoria, la transmisión oral envuelta en las transparentes capas de la nebulosa de los tiempos es donde cobran su verdadera dimensión estos acontecimientos incardinados en las tradiciones.


Dije, en su momento, que en el monumento escultórico erigido en la plaza de San Isidoro, donde está el Abad bien diferenciado y un pretor, por la vestimenta, un supuesto edil,  faltaba la figura de un agricultor de la Sobarriba, si es que en puridad queríamos que estuvieran las imágenes de los tres elementos originarios de los acontecimientos que dieron pie a las Cabezadas.


Algo que hoy repito. Si bien dado que en nuestra ciudad no somos demasiados proclives a la exhibición escultórica de nuestras glorias, o demasiado despreocupados en este menester, hay que darlo por bueno… aunque incompleto.


No faltan en el acto algunos pendones, nuestra gran enseña, y, por supuesto, el Pendón Real portado por un delegado municipal,  él es nuestro mejor signo de dignidad y prestigio, que en su despedida también se inclina exhibiendo con fulgor nuestro escudo del león rampante en el paño de nuestro color diferencial.

 



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