Cuando el Cabildo de San Isidoro recoge la cera
Las
Cabezadas, entendidas no como doblar la cerviz municipal de los representantes
del pueblo, sino, como una marcada
reverencia, una exagerada flexión lumbar, cual punto de máximo respeto o acatamiento,
en este caso al Cabildo isidoriano. Visto esto desde el desconocimiento del
acto por parte de un espectador foráneo, y por lo tanto ignorando su valor
tradicional, puede que hasta resulte un punto teatral o si se quiere de exagerado
saludo o despedida, ejecutada además hasta tres veces.
El pueblo, por medio de sus ediles, cumple así
su añejo voto, su ofrecimiento sin escatimar la cera: un cirio de arroba y dos
hachas; y la autoridad religiosa lo toma como obligada entrega. Entre bromas
intercalas en el discurso, por aquello de la amenidad, mas la apoyatura histórico-literaria
en ambos portavoces, la
secular diatriba se repite con mayor o menor adorno elocuente cada año, cuando
ha empezado la Pascua Florida.
Si en
algún momento se ha pensado en condensar la idea de foro con la dispar de
oferta, o tomar como muestra de buena
voluntad romper tal diferencia secular, sin duda estaríamos entrando en el
desequilibrio entre lo impuesto y lo comprometido popularmente, muy bien
conservado esto en lo que sonoramente denominamos acervo. Algo así como la
intangible memoria colectiva de un pueblo.
Los
documentos donde se recogen protocolo y compromiso de éste y otros asuntos
municipales, dan fe y lo hacen incuestionable; pero el valor de la memoria, la
transmisión oral envuelta en las transparentes capas de la nebulosa de los
tiempos es donde cobran su verdadera dimensión estos acontecimientos incardinados
en las tradiciones.
Dije,
en su momento, que en el monumento escultórico erigido en la plaza de San
Isidoro, donde está el Abad bien diferenciado y un pretor, por la vestimenta,
un supuesto edil, faltaba la figura de
un agricultor de la Sobarriba, si es que en puridad queríamos que estuvieran las
imágenes de los tres elementos originarios de los acontecimientos que dieron
pie a las Cabezadas.
Algo que hoy repito. Si bien dado que en
nuestra ciudad no somos demasiados proclives a la exhibición escultórica de
nuestras glorias, o demasiado despreocupados en este menester, hay que darlo
por bueno… aunque incompleto.
No
faltan en el acto algunos pendones, nuestra gran enseña, y, por supuesto, el Pendón
Real portado por un delegado municipal, él es nuestro mejor signo de dignidad y prestigio,
que en su despedida también se inclina exhibiendo con fulgor nuestro escudo del
león rampante en el paño de nuestro color diferencial.
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