8 de mayo de 2016

La “cabezada” presidencial y la purpurada



--Raigañu--


Las banderas leonesas, pusieron la nota de su color púrpura en las plazas de San Isidoro y Santo Martino en la mañana  del  4 de mayo 2016.  Los leoneses que las portaban tenían especial interés en exhibirlas, no en balde el rechazo hacia la autonomía es permanente, de modo que,  manejándolas con ímpetu ondulante,  deseaban hacerlo  evidente junto al disgusto popular por el advenimiento autonómico de las Cortes a montar un pleno en el Claustro de San Isidoro.

El objetivo del ente autonómico estaba claro, solapar la repercusión que  las Leonesas de 1188 están obteniendo más allá de nuestras fronteras a partir de la conocida decisión de la UNESCO, montando aquí un plenario de las autonómicas de Castilla y León que Silvia Clemente preside.  Como si los leoneses dormidos en los laureles, no estuviéramos al tanto  de que,  embozando lo histórico leonés con lo castellano, quienes perdemos prestancia y derechos somos nosotros.

Entre los leoneses, ya desde el simple anuncio del desembarco, se vio claro que la mayoría pasaba de la fecha y de la sesión parlamentaria, pensando que, en positivo, nada nos traía.  Pero había algo más a valorar, nada traía, pero mucho se podía llevar y difundir, envolviendo en lo castellanoleonés una signatura plenamente leonesa. De aquí el fulgor púrpura de la protesta en la calle, mostrándose como asentador y vindicativo de lo leonés.
      
El sentimiento castellanoleonés, ése  que la señora presidenta de la Cortes  y de la Fundación Villalar persigue,  entendido o procurado como una común identidad, a la que dedica muy buenos caudales, ¡de todos!, seleccionando personajes que se prestan a tal fin,  ¡aquí en León es inútil buscarlo!  


Está ampliamente probado,  y comprobable en el día a día: los agravios socioeconómicos que nos viene infiriendo el ente autonómico, unidos  a las tergiversaciones históricas en favor de lo castellano suponen una barrera que impide todo tipo de  confraternización.



Poco más de una semana atrás, cumpliendo con la tradición, los ediles capitalinos con su alcalde, señor Silván, bien centrado en la línea gestual del consistorio bajo mazas, doblaron  algo más que la cerviz, eso sí de modo voluntario, ante el Cabildo Isidoriano en las conocidas Cabezadas.


No hemos necesitado esperar un año para que casi en la misma plaza, pero por motivo bien distinto, le pudiéramos ver  acompañando al  presidente Herrera, inclinando ambos la cabeza, cuando una purpurada leonesa, la bandera de un pueblo que defiende lo suyo como propio y rechaza todo tipo de injerencias, parecía querer “despeinarlos”.  Los acompañantes de ambas autoridades, con su rápida actuación manual, impidieron que el purpurado y ondulado paño, colocado sin agresividad, pero si con gran carga de protesta, pudiera llevarse las ideas tan absorbentes e impositivas que en la mente traía el presidente,  y el alcalde tiene asumidas y aplaude. En esencia: ¡doblegar a los leoneses!





Otra cosa hubiera sido que,  tal gesto, el de presidente y el alcalde ante la bandera leonesa, estuviera motivado por un respeto bien entendido a nuestra enseña.  Pero claro, lo suyo es la cuartelada,  y ésta en el pueblo de León ni cuaja, ni se entiende como propia.

No pude contemplar tan "feliz momento" dentro de la gran emotividad de la profusión purpurada,  pero sí tuve ocasión en Santo Martino, por estar al lado del leonés que, tendiendo el mástil, marcó la ocasión descrita, de escuchar cómo telefónicamente contaba la peripecia, quien, según me dijo, en aquel momento ignoraba si había sido fotografiado.  

El sentimiento castellanoleonés, ése  que la señora presidenta de la Cortes  y de la Fundación Villalar persigue,  entendido o procurado como una común identidad, a la que dedica muy buenos caudales, ¡de todos!, seleccionando personajes que se prestan a ello,  aquí en León es inútil buscarlo. 


Está ampliamente probado,  y comprobable en el día a día: los agravios socioeconómicos que nos viene infiriendo el ente autonómico, unidos  a las tergiversaciones históricas en favor de lo castellano suponen una barrera que impide todo tipo de confraternización.

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