Movilizando recuerdos familiares por Semana Santa Leonesa...
¡Surrexit!
¡Aleluya!...
Con
el desayuno le habían servido el rumor: Hoy podía ser el día del traslado. El
dato, sin duda cargado de buenas intenciones, aun siendo emocionante, no le
impidió dar la cabezada acostumbrada tras el sencillo refrigerio. Hasta que, brotando
en la distancia, como en un ondulado eco propiciado por la estrechez de las
calles, empezaran a llegar hasta él a lomos del viento leonés: el destemplado
redoble de tambores, entremezclado con agudos lamentos de cornetas.
Era Domingo de Resurrección, la
Procesión de Jesús Resucitado anunciaba así sonoramente su llegada a la plaza
de la Catedral, que él, como espectador imaginativo, yaciente en una cama de la Obra Hospitalaria y
conectado por vena a pequeñas máquinas que parpadeaban cifras sin cesar, trataba
de escuchar y quería comprender.
De pronto, le sobresaltó el batir
de las alas de una paloma, perfectamente perceptible en la quietud del
hospital, que vino a romper bruscamente el hechizo de la música.
No sin dificultad giro la cabeza, y
pudo posar la vista en la tenuemente soleada ventana. El suave contraluz
aureolaba la blancura del ave, ágilmente
posada sobre el negro antepecho de hierro forjado del balcón. Estaba tan
inquieta, como agitados sus propios pensamientos.
Sin duda, La Hermandad de Jesús
Divino Obrero, habría realizado ya la
escenificación procesional del Encuentro de la Madre Dolorosa. Momento cumbre cuando,
al pie de ambos pasos, el cofrade lector de ese pasaje evangélico anuncia:
¡Cristo ha resucitado!, y con emocionado ¡Aleluya!, dan suelta a las palomas
portadoras de la buena nueva. El enérgico plaf, plaf de sus alas para
remontar el vuelo, a modo de gozoso aplauso, satura de emotividad la plaza.
Quizás sea una de aquéllas, y portadora
simbólicamente de un particular mensaje de esperanza... ¡Ojalá!, se dijo. Hacía tiempo que por su ánimo circulaban con
dificultad los buenos hálitos. Necesitaba un vital y preciado trasplante.
Nada menos que un corazón nuevo que le
hiciera renacer, ¡resucitar!, tal
como la coincidente fecha parecía corroborar.
El sol leonés que, sin duda, había
bañado de luz y fulgor el Encuentro del Hijo resucitado y la Madre en
Soledad, al atravesar las inmensas
vidrieras catedralicias, no tardaría en aportar, con generosidad, el calor y el
cromático esplendor que el acto religioso demandaba. Mentalmente alcanzó el luminoso crucero, allí donde debería
latir el corazón del gran templo, y
virtualmente escuchó... Con los párpados entornados, permaneció inmóvil en el lecho, deseando
percibir los rítmicos latidos que el suyo requería. Y pudo disfrutar de un
reconfortante acompasamiento cordial.
Al pronto abrió los ojos a la dura
realidad, y miró a la ventana, la paloma ya no estaba allí… ¿Habría sido una
ilusión?
Las
limitaciones que aquel mal invalidante le venían causando, habían
generado en él, cual vía de escape, una
gran afición al diseño artístico. El ordenador sería a partir de entonces su
mejor amigo y aliado. Aunque siempre le supusiera
un inicial esfuerzo físico, no pareció tal aquella tarde de Noviembre de 1998.
Sentía un ánimo especial, y se propuso
crear un cartel para la Semana Santa de 1999. Precisamente la Catedral y un
Cristo crucificado serían sus componentes.
Unos discretos golpes en la puerta,
interrumpieron sus recuerdos. Una enfermera, de risueño semblante, vino a traerle
la gran noticia: “Pronto le iban a
trasladar a un Centro de Transplantes”. ¡Su
nombre figuraba ya en lista de espera!
Ya, ni el lamento del metal
abriendo brecha, ni el golpeteo redoblante de los parches, centrarían de pleno su atención. ¡Se
le acababa de abrir de par en par la anhelada puerta hacia la esperanza!, y el
deseo de atravesar cuanto antes su dintel era obsesión.
¡Surréxit!...
Curiosamente, cuando los papones de
Jesús Divino Obrero, despojados de capirotes y capillos, cual signo de alegría,
en reorganizada procesión se alejaban más y más de la catedral, y los sones musicales se iban atenuando, él,
en ambulancia medicalizada, estaba a
punto de emprender el deseado viaje hacia la
resurrección que el trasplante le supondría.
El Cartel, diseñado con tanto esfuerzo, permanecería
para siempre en el insensible disco duro de su ordenador personal…
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