16 de abril de 2017

Domingo de Resurrección 2017, un relato

Movilizando recuerdos familiares por Semana Santa Leonesa...         

        ¡Surrexit!

          ¡Aleluya!...
        Con el desayuno le habían servido el rumor: Hoy podía ser el día del traslado. El dato, sin duda cargado de buenas intenciones, aun siendo emocionante, no le impidió dar la cabezada acostumbrada tras el sencillo refrigerio. Hasta que, brotando en la distancia, como en un ondulado eco propiciado por la estrechez de las calles, empezaran a llegar hasta él a lomos del viento leonés: el destemplado redoble de tambores, entremezclado con agudos lamentos de cornetas.

Era Domingo de Resurrección, la Procesión de Jesús Resucitado anunciaba así sonoramente su llegada a la plaza de la Catedral, que él, como espectador imaginativo,  yaciente en una cama de la Obra Hospitalaria y conectado por vena a pequeñas máquinas que parpadeaban cifras sin cesar, trataba de escuchar y quería comprender. 

De pronto, le sobresaltó el batir de las alas de una paloma, perfectamente perceptible en la quietud del hospital, que vino a romper bruscamente el hechizo de la música.

No sin dificultad giro la cabeza, y pudo posar la vista en la tenuemente soleada ventana. El suave contraluz aureolaba la blancura del ave, ágilmente  posada sobre el negro antepecho de hierro forjado del balcón. Estaba tan inquieta, como agitados sus propios pensamientos.

Sin duda, La Hermandad de Jesús Divino Obrero,  habría realizado ya la escenificación procesional del Encuentro de la Madre Dolorosa. Momento cumbre cuando, al pie de ambos pasos, el cofrade lector de ese pasaje evangélico anuncia: ¡Cristo ha resucitado!, y con emocionado ¡Aleluya!, dan suelta a las palomas portadoras de la buena nueva. El enérgico plaf, plaf de sus alas para remontar el vuelo, a modo de gozoso aplauso, satura de emotividad la plaza.

Quizás sea una de aquéllas, y portadora simbólicamente de un particular mensaje de esperanza... ¡Ojalá!, se dijo.  Hacía tiempo que por su ánimo circulaban con dificultad los buenos hálitos.  Necesitaba un vital y preciado trasplante. Nada menos que  un corazón nuevo que le hiciera renacer, ¡resucitar!, tal como la coincidente fecha parecía corroborar.

El sol leonés que, sin duda, había bañado de luz y fulgor el Encuentro del Hijo resucitado y la Madre en Soledad,  al atravesar las inmensas vidrieras catedralicias, no tardaría en aportar, con generosidad, el calor y el cromático esplendor que el acto religioso demandaba. Mentalmente  alcanzó el luminoso crucero, allí donde debería  latir el corazón del gran templo, y virtualmente escuchó... Con los párpados entornados,  permaneció inmóvil en el lecho, deseando percibir los rítmicos latidos que el suyo requería. Y pudo disfrutar de un reconfortante acompasamiento cordial.

Al pronto abrió los ojos a la dura realidad, y miró a la ventana, la paloma ya no estaba allí… ¿Habría sido una ilusión?

Las  limitaciones que aquel mal invalidante le venían causando, habían generado en él,  cual vía de escape, una gran afición al diseño artístico. El ordenador sería a partir de entonces su mejor amigo y aliado.  Aunque siempre le supusiera un inicial esfuerzo físico, no pareció tal aquella tarde de Noviembre de 1998. Sentía un ánimo especial,  y se propuso crear un cartel para la Semana Santa de 1999. Precisamente la Catedral y un Cristo crucificado serían sus componentes.


 Unos discretos golpes en la puerta, interrumpieron sus recuerdos. Una enfermera, de risueño semblante, vino a traerle la gran noticia: “Pronto le iban a trasladar a un Centro de Transplantes”.  ¡Su nombre figuraba ya en lista de espera!

Ya, ni el lamento del metal abriendo brecha, ni el golpeteo redoblante de los  parches, centrarían de pleno su atención. ¡Se le acababa de abrir de par en par la anhelada puerta hacia la esperanza!, y el deseo de atravesar cuanto antes su dintel era obsesión.

¡Surréxit!...
Curiosamente, cuando los papones de Jesús Divino Obrero, despojados de capirotes y capillos, cual signo de alegría, en reorganizada procesión se alejaban más y más de la catedral,  y los sones musicales se iban atenuando, él, en ambulancia medicalizada,  estaba a punto de emprender el deseado viaje hacia la  resurrección que el trasplante le supondría. 

 El Cartel, diseñado con tanto esfuerzo, permanecería para siempre en el insensible disco duro de su ordenador personal…


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