26 de diciembre de 2016

Un rostro de mujer, por Navidad

Si cada Navidad era un ensueño, al periodo vacacional de la de 1940  algo novedoso vino a añadir un punto de emoción.  Ni el “belén”, que disfrutó ayudando a montar,  ni la esperada llegada de los Reyes Magos, ni la presencia del “Ramo”, que tanto gustaba a su padre colocar en lugar preferente, pudieron con una rara zozobra investigadora, muy de corte infantil, que le inundaba.


Había oído Daniel en casa, a sus padres, que la abuela Inés, abuelita la llamaba él, había puesto su rostro para la portada de un cartel, anunciando una sonada celebración.

Tal era el tema de conversación, que, si echaba el recuerdo atrás, no le resultaba desconocido, pues ya había antecedentes memorísticos. Pero nunca lo habían hablado estando él presente.

Sin saber la razón  este año sus padres habían retomado el tema; y sin necesidad de aguzar el oído de modo especial, en la distancia  pudo escuchar en boca de su padre:
 -¡Tu madre debió haberlo contado antes en familia!
¿Qué grado de culpabilidad ocultaba la abuela? Y no en solitario, pues algo debió tener que ver el abuelo. Pues con no menor enjundia le citó:
- Peor estuvo aún tu padre, adoptando el timorato gesto de pasar por ello, cual si no le afectara!

Al parecer, el abuelo Víctor, todo bondad, o extraña mansedumbre, era acusado de consentidor de no sé qué pecado de la abuela. 
Para Daniel tomó especial valor la frase, al ir acompañada de un discreto golpe con los nudillos de la mano sobre la mesa del comedor.  Sonido que, desde una actitud estricta de su padre, buscaba  orlar sus acusaciones con  un cierto grado de enfado.
El porqué, no le interesó de momento, el velo de la intriga estaba  en ver el cartel. Suponía que al menos una copia estaría oculta en algún lugar de la casa de los abuelos. Lo peor era que, tal como parecían ocultar el acontecimiento,  no le iban  a facilitar el acceso, ni tan siquiera indirectamente.  Lo que venía a acrecentar la intriga.

Pero su ansia momentánea por descubrirlo  se fue enfriando con el transcurso del tiempo. En parte por no saber cómo hincar el diente al asunto, pues,  si se lo ocultaban sus  padres, para él debería ser desconocido. No le interesaba mostrar que tenía el oído presto.

Los últimos acontecimientos de la que llamaban guerra civil, y los años cuarenta de penurias y escaseces, conocidos como los del hambre, fueron poniendo un velo al asunto del cartel, hasta el punto de hacerle sospechar que no había existido tal cosa.


Hasta que el tiempo,  perseverante y demoledor, fallecidos sus antecesores,  abuelos y padres, y desmontado el piso de sus vivencia infantiles y juveniles, puso en sus manos un “programa de actos” de 1920 con relación al Fuero de León. Lo había encontrado entre los libros que guardaba su padre en un armarito biblioteca, a modo de secreter, donde casi diariamente, había podido verlo enfrascado en tareas de estudio y escritura.


La señorita que de perfil aparecía sonriente  en la tapa, le trajo a la memoria aquella inquietud de la niñez, entrelazada con  retazos de conversaciones privadas de sus padres, a cerca de la abuelita Inés, que, al parecer, había puesto su agraciado rostro para una especie de cartel.

¿No se trataría del mismo acontecimiento? Sin duda había estado en el entorno de 1920. Hoy, cuando las campanadas del Losada de la Puerta del Sol de Madrid, estaban a punto de adentrarnos en el  2017, casi cien años  después, y transcurridos ochenta desde las últimas conversaciones paternas sobre el “cartel”, algo le decía que, de existir, anunciaría la efeméride del Fuero de León.
Rebrotó la inquietud de la niñez, y con mente adulta, ya de vuelta de demasiadas cosas, comprendió que debía emprender alguna acción investigadora para aclarar u olvidar definitivamente la supuesta existencia del anuncio conmemorativo.

Al desmantelar el piso de sus abuelos, recordó,  algunos muebles y utensilios fueron a parar a un trastero en alquiler. Tenía un pálpito. Centró el recuerdo en el distribuidor de entrada.  Allí destacaba una consola con fingidas columnitas en las esquinas, sobre la que gravitaba, bien anclado a la pared, un gran espejo de marco dorado y envejecido; ambas piezas componían un conjunto de cierta prestancia.   Ése sería su objetivo…

Ufano, llave en mano, que su hermana le había facilitado sin mayores preguntas, se encaminó hacia el sencillo trastero. Estaba en una casa nueva, con pequeñas habitaciones de alquiler en la zona adyacente al garaje.
No tardó en comprobar que la consola estaba allí. Fue su primer golpe de vista. Y al acercarse para observar el espacio existente entre ésta y la pared no se sorprendió al ver que, discretamente protegido por un paño de desvaído color verde,   el espejo también estaba en el lugar.  Terminó destapándolo totalmente.

Bellamente envejecido, un largo siglo de vida lo avalaba,  en su contorno biselado el azogue que en origen habían dado al cristal, sufría estragos de alteración en forma de ramos que irregularmente aparecían en la lámina del espejo.

Lo miró con ojo crítico, pero pronto puso su atención en el dorso. Tras un fondo de  ocumen, bien sellado en su momento con papel encolado, podía estar la clave. Removerlo requería alguna herramienta. Por ello hubo de esperar al día siguiente.

Una navajita y unos pequeños alicates, eran sus herramientas, pero la inquietud era grande cuando inició la tarea propuesta. Rasgó el papel, desenclavó las finas puntas que daban fijación al ocumen, y auxiliado por la hoja de la navaja,  con cuidado, más por zozobrante emoción que para no causar daños, lo levantó…
¡Y allí estaba! Bien aislado, protegido por papel de celofán, se encontraba el cartel. Lo contempló largamente…


 Era un joven rostro de su abuela Inés, que desconocía. Tan exultante y bello era el retrato, que el pintor, muy al estilo de la época, debió plasmarlo con agrado. Posiblemente el mismo autor lo superpusiera en el boceto del cartel que tenía a la vista.

Sus enrojecidos labios, sin alterar las comisuras, adoptaban un esbozo de sonrisa, mientras sus grandes ojos parecían mirarle con fijeza. 
No tardó en decidirse  por llevar el cartel, el retrato de su abuela, a su domicilio actual. La “joya” ¡nunca había salido del hogar de sus abuelos!  Puede que, vencido el supuesto apocamiento, el abuelo Víctor no encontró mejor modo de censurarlo   ¡Nadie lo conocería!

Enmarcarlo y tenerlo a la vista sería sin duda poner un excelente broche a una inquietud investigadora que había surgido en él años atrás
Un buen regalo para la Navidad 2016 a punto de iniciarse: La “familia” y el espíritu de la Navidad se reencontraban. La duda estaba en silenciar lo acontecido, dado el puritanismo que lo enclaustró, o usarlo como un estupendo relato navideño para sus nietos…

Por otra parte, contemplarlo, sería su mejor manera de celebrar el feliz acontecimiento del milenio del Fuero de León: 1017/2017. El Ayuntamiento de la capital provincial de León, empezaba a anunciar unos fastos, que, para su agrado, sonaban a demasiado localistas...


*   La fotografía del "Ramo" es de Chema Vicente. Gracias amigo...
** La composición del cartel es "mia"(tomando de aquí y de allá)






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