21 de diciembre de 2014

Relato para la Navidad del 2014

"A través del cristal, la lluvia!" Así me permití titular la fotografía que podemos ver cobijada en el relato. Fue conseguida muy oportunamente por Merche Sánchez, y  publicada en Facebok; sinceramente me impactó, dándome pie para culminar un relato que quiero compartir desde mi blog. Como se suele decir en estos casos, los personajes son ficticios. No así lo lugares citados. El momento, la semana de Navidad del año...

La fotografía del ramo colocada al final del relato, la he tomado prestada del blog Raigañu



¡Nostalgia! por Navidad


Tenía claro que a pesar de la lluvia que azotaba con fuerza la ventana de la sala de su casa, debería salir a la calle.  El confuso recuerdo de un mal sueño estaba resultando un pésimo compañero de estancia.  Tal vez  la lluvia, mojando su piel,  ejerciera una acción beneficiosa, algo así como un revulsivo que le disipara la melancolía que le invadía. La figura de su padre, un generoso ferroviario, durante el sueño se había esforzado en decirle que en sus últimos años sujeto a una silla de ruedas, había sufrido  bastante más allá de lo tolerable.


Nunca sospecho que los afables rasgos que adornaban la cara paterna de forma casi permanente, y pulcramente rasurada, él había sabido colocarlos a modo de careta, hasta el punto de conseguir ocultar sufrimientos internos que durante años permanecieron latentes. Algo que ahora le causaba inquietud. Rescató de la memoria  una frase sentenciosa que un día de sobrecogido  ánimo pronunció su padre, instándole a olvidar: cuando la nostalgia entra por la ventana, es bueno salir por la puerta para encarar el día. 


No cesaba de llover, otro fuerte aguacero difuminaba su campo de visión a través del húmedo cristal, creando una imagen confusa de los  viandantes, aunque   algunos fueran ataviados con ropa de colores vivos. En tal caso, su más aparente figura,  resultaba estúpidamente retorcida por la pátina de agua  y los rehiletes que se deslizaba por el vidrio.  Así se hacía imposible identificar a las personas, aunque  en verdad el dato no iba más allá de ser una anécdota marginal, pues tampoco conocía a demasiados convecinos de su  entorno en el barrio del Mercado. No era pues esto lo que le preocupaba, sino  encontrar  la nitidez que  necesitaba para eliminar su confusión mental.

Sacó del armario un impermeable, tomó además un paraguas y se hizo a la calle; en aquel momento estaba solo en casa, su mujer con el niño, su hijo, había salido en busca de alguna figura para reponer en el nacimiento. No tuvo  pues que dar explicación alguna.  Su intención principal, y puede que en principio única, era ir a la casa donde había vivido con sus padres, en el Barrio de la Vega. Permanecía cerrada desde que su padre, reacio a abandonar el barrio de su vida, hubo de partir hacia el más allá.

El agua y la fresca brisa le fueron  aclarando las ideas. Era lo que esperaba. Y así decidió poner a punto la última silla de ruedas de su padre, una con motorcito que le había regalado tres años atrás el día de Reyes. La limpiaría con cuidado. El párroco de San Francisco de la Vega sabría encontrar un destinario. Una buena fecha sería la de Reyes que se avecinaba, marcando así una continuidad.

Habían transcurrido apenas dos meses del fallecimiento de su padre. En la casa los recuerdos se le agolpaban, era natural y como tal los acogía. Cuando ya tenía casi apunto la silla, en un bolso lateral que exploró de rutina, halló una sorpresa, era un folio plegado que, en su parte interior, estaba escrito a lapicero y con letra de su padre. No le sorprendió demasiado, sabía que entre las aficiones paternas,  estaba recoger en letra lo que su memoria empezaba a negarse a recordar puntualmente.

Con ella en la mano, en busca de más luz,  se acercó a la ventana desde la que el viejo e impedido ferroviario había podido seguir viendo durante años  los trenes que ya no podía dirigir.  Pero sí apreciar la peripecia cotidiana del paso a nivel, un entorpecedor viario y peatonal que todos anhelaban hacer desaparecer.

Pudo leer:

“La noche que no silbó el tren
Apenas me hube levantado de la cama, me acerqué a la ventana. Una rápida mirada a través del vidrio húmedo me volvió a la cruda realidad del dogal férreo, que permanecía donde siempre. Era un día triste y lluvioso, las gotas de agua que descendían lentamente por el cristal, me dificultaban la visión pero no me impedían ver vías y barreras…  En un extraño sueño creía había visto desaparecer railes y catenarias…”

Eso era todo. Poco y mucho, según la profundidad con la que se acogiera el contenido del párrafo. Ciertamente el intento de supresión del paso a nivel emprendido por el consistorio capitalino, allá por los noventa, había supuesto para su padre toda clase de barreras, obstáculos y barro que le impedían circular a bordo de su silla. El mal planteado túnel bajo las vías, sólo sirvió para enterrar  dinero e ilusiones, y largos meses un incordio  para todos, quedando al final como antes.

De nuevo estaba en la calle; no llovía cuando emprendió el regreso a su casa. Cierta fortaleza de ánimo parecía haberle invadido durante la estancia en el hoy abandonado domicilio de su niñez. Posiblemente el buen destino que se propuso dar a la silla, ayudaba mucho; y cómo no,  la hoja manuscrita por su padre, donde marcaba el inicio de un cuento a partir de un sueño. ¡Ah!, había algo más, en la mano portaba un “ramo” de Navidad, que de siempre habían colocado en casa de sus padres.

                            
Los adornos estaban ajados, pero no importaba, ánimo y capacidad para resolverlo tenían, de modo que esa misma tarde, con su único hijo  y su esposa saldrían para ir en busca de otros que dieran a la armazón de madera que elaboró su padre, la prestancia leonesa que la próxima Navidad empezaba a requerir… 


¡Feliz Navidad 2014!



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