El peligro acecha a La Plaza del Grano, al solado de cantos procedentes de nuestros ríos, al pavimento medieval. Es la última noticia del consistorio municipal, demasiado modernistas o sin sensibilidad hacia los vestigios de nuestro pasado medieval.
En 2002 gracias a la oposición de los vecinos en lucha se consiguió que el Ayuntamiento de aquel momento y "Patrimonio" no autorizaran el derribo de la casa porticada optando por su conservación aun cuando se remodelara el interior, en la esquina más emblemática de la Plaza del Grano que la ha venido dando personalidad junto al pavimento incomodo pero representativo de una época.
Tiempo antes, y lo dejé recogido en mi libro "Legio, érase una vez", escribí:
La Plaza del Grano, los soportales y
el adobe
Merced a
los buenos oficios del colectivo de vecinos Plaza del Grano, se consiguió frenar el ímpetu destructor, con
trasfondo especulativo, que también había sentenciado la casa porticada de la
esquina más emblemática de tan hermosa como histórica plaza de la capital
leonesa.
Se temía, y luego
se pudo comprobar lo atinado del temor, que al socaire del derribo de unas
casas lindantes a la que nos ocupa, “sin querer” sufriera ésta tal gravedad en
su añosa estructura que “se hiciera necesario” derribarla
La desprotección
parcial de su entorno, las aguas pluviales que la trabajaban dañinamente
durante la espera de los acuerdos municipales y
autonómico patrimoniales, en tanto
se trataba de convencer o más bien
entretener a los vecinos antedichos, a lo que había de sumarse el roncar agitador de las excavadoras en las
obras adyacentes, se pretendía que todo ello supusiera el preludio de una
muerte deseada.
La presión
ciudadana ante el consistorio no decreció, los daños en el inmueble no pasaron
a mayores debido a la presión ejercida sobre el constructor, y el acuerdo final
alcanzado pasaba por restaurar y consolidar la casa porticada, con más de cien
años de historia ante sí, usando materiales recuperados e idóneos para ello.
A tenor de lo que
se dijo y se trató de hacer, con relación a esa casa, tal parece que había
quienes pretendían olvidar que el adobe fue un elemento de vital importancia en
nuestras edificaciones de antaño. Su
materia prima básica, la arcilla, el barro arcilloso, más la paja que actuaba
como congruente debidamente moldeado en piezas rectangulares, bien oreadas
y llamadas adobes, fueron el “ladrillo”
de la época.
Junto a
tan primitivo, pero agradecido elemento que aislaba tanto del calor como del
frío, la robusta y fiable madera de roble, y de muy especial manera el humilde
pero generoso chopo leonés, fueron los
componentes constructivos que se manejaron.
Y ahí
permanece, viendo pasar el tiempo, esquivando las acometidas, al menos
exteriores, de la modernidad civilizadora.
Óleo. Pedro G. Beristain, 1996
Su
porte, su historia, su belleza elemental, perdura gracias a quienes desde su
vecindad, cotidiano vivir, y su comprensión,
se propusieron, contra viento y marea, que en forma de “Patrimonio”,
Ayuntamiento y especulación constructiva,
no se hiciera llegar su hora.
Y está
enhiesta, a pesar de su corta estatura, cobijadora de ensueños en el soportal
de su inocencia antañona. Resguardo, amparo y sencilla diafanidad en su
porticado aspecto que no emboza ni oculta, cuando más protege, en una plaza que es la suya, o porque ella
con su donaire participa en la
conformación del entorno del empedrado suelo del recinto que fue, no hace
demasiado tiempo, lugar de transacciones entre agricultores y consumidores
leoneses.
En esta
Plaza del Grano, tiene significativa importancia la iglesia de Ntra. Sra. del
Camino, La Antigua del Mercado, si bien su puerta principal no se abre a ella.
Está en la calle Herreros, que fue camino de peregrinos hacia Santiago. Camino
de los Francos. Su torre del siglo XVII, cuando las pocas casas del entorno
estaban a su sombra, suponía un hito, un faro para el caminante romero.
De esta iglesia,
de planta basilical de tres naves, parte puntual en su cita anual, cada Viernes
de Dolores, la procesión tan esperada por el pueblo leonés, al que siempre le ha gustado acompañar con cirios encendidos, o llanamente
ver, en recogido procesionar, a tan querida imagen de la Madre Dolorosa, que marca un arranque tradicional en los
desfiles procesionales de la Pasión.
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