En Agosto de 1997
DESDE SANTA ANA A
PALAT DEL REY, POR OTRO “ROLLO”
A pie como se disfruta de las ciudades, al poder observar los edificios y las calles que delimitan, así como plazuelas y
rinconadas, que, impulsadas por
“felices” ideas urbanísticas, evolucionan no siempre hacia lo mejor, hace pocos días, veraniegos de nombre, en una
tarde tormentosa, caminé por Santa Ana en dirección al “casco
histórico”, con cierto espíritu crítico
a flor de piel. Y en verdad que sentí agredidos mis nostálgicos
recuerdos, por mor de “lo nuevo”.
El que fue conocido
como Rollo de Santa Ana, antiguo arrabal judío con reminiscencias medievales
lógicas, dado su origen, ha sido finiquitado “antes de ayer”, con el derribo de
lo último de la parte civil o ciudadana del mismo, aún en pie; un edificio que,
en sus pobres entrañas cimentales,
conservaba restos del aquél su origen. He dicho civil, puesto que, la parte
religiosa o eclesial, la modesta
iglesia de sencillo campanario en doble
espadaña de ladrillo permanecerá enhiesta, no podría ser de otra manera, aunque aislada del entorno que la era
inherente, en la proximidad del Camino
Jacobeo y por delante del Burgo de los Francos.
Con el edificio aludido, respetado,
creo que por razones legales, en la última remodelación de la plaza ante la iglesia, se iniciaba una callecita que internaba al viandante,
hasta no hace muchos años, en un
conglomerado de casitas con soportales, de
pilares de madera sobre “poyos” o basas de piedra granítica, que prácticamente circundaban al templo
citado. Fue originariamente iglesia de un cementerio, adscrita a la Orden del Santo Sepulcro, posteriormente
parroquia, nombre ése que, por
extensión, gozó el arrabal, componiendo
el conjunto una barrio judío extramuros
del recinto amurallado Legio. Y “lo han
desaparecido”, modernamente.. Ni el más
mínimo resto o muestra de él se ha
tenido a bien conservar.
Conviene recordar que este
arrabal, estuvo bordeado por el conocido
como Camino Francés de peregrinación
hacia la tumba del Apóstol Santiago,
y bien merecía la conservación de un detalle externo, muestra de la
arquitectura que lo conformó hasta hace
“pocos días”. Y dónde mejor que en esa
placita, hoy con fuente moderna
incluida, para poderlo contemplar y conservar;
por ejemplo: una muestra de soportal.
No resulta difícil
imaginar, con mentalidad tradicional leonesa, en el Barrio aquél, a la
gente de la Sobarriba recogida
trasitoriamente en los soportales próximos a la iglesia de Santa Ana, como
lugar de reunión, con sus cruces parroquiales, conforme les exigían las
Ordenanzas de su Hermandad; en una
mañana fresca de abril pasada la Pascua, para cumplir con su voto oferente de
cera a San Isidoro. Ofrenda que, a
partir de 1.505, por razones que no hacen al caso, realizarán en la ermita de la Virgen del
Camino, hacia donde, terminada la concentración aludida, se trasladarán
procesionalmente siguiendo la Ruta
Jacobea.
Volviendo a la actualidad; los
restos del edificio derribado, en verdad nada aportaban, en sí mismos, al
modernizado espacio urbano adyacente erigido sobre lo que llamábamos el
“rollo”. Como anécdota recordamos que
el inmueble, en su última etapa lindó con una conocida casa de lenocinio, precisamente durante la etapa
post-bélica, incivil, entre
españoles.
De siempre, en el
mundillo constructor capitalino, se tuvo miedo al encuentro en el subsuelo de
restos arqueológicos; yacimientos que abrían ventanas a nuestra historia y que
en más de una ocasión se silenciaron, dado que, a la autoridad conocida como Patrimonio
histórico, se la temía por sus parones
de obra sine día; especialmente si el
Ayuntamiento no estaba demasiado interesado en el tema. Nunca han estado las
cosas muy claras a este respecto.
Dos ejemplos
de desigual respeto a las piedras históricas tenemos, no muy lejos del barrio
que nos ocupa. Uno de excelente
tratamiento con el entorno amurallado, justo en el lugar donde estuvo una Estación de Autobuses, al principio de la calle dedicada a D. Miguel Castaño. Y otro reprobable, el
permiso y edificación posterior de un moderno edificio para Correos con fachada
de plástico, junto a la muralla
medieval, una vez que se hizo desaparecer inexplicablemente, en su totalidad, el antiguo Hospicio.
Por supuesto no
todo lo apuntado es imputable al actual equipo del Regimiento municipal, pero
sí en cuanto a lo concerniente a tratamiento que se está empezando a dar a la
Iglesia de Palat del Rey.
Cuando hube llegado, con regular
paso, ante esta iglesia que en el subsuelo oculta exponentes importantes de
nuestra pasada historia, siguiendo sensiblemente la Vía del Mercado Mayor, las
gruesas gotas de agua que empezaban a
caer, no me permitieron detenerme largo rato;
si bien y dado su abandono exterior
tampoco da para mucho la inspección ocular, sino es pensando en lo que
fue y en lo que guardaba soterrado bajo su planta mozárabe del siglo X; ¡ha sido tan
agredida por el paso del tiempo y las reformas!. Pero cómo no destacar que oculta, bajo ella,
siglos de historia desde la Legio originaria leonesa, y como
templo, al igual que la de Santa Ana,
perteneció, un tiempo, a la Orden de San
Juan de Jerusalén, del Santo Sepulcro.
La Junta Autonómica
que nos administra, y políticamente
trata de regirnos y de escribirnos otra
historia; parece siempre dispuesta a sorprendernos y hasta ofendernos en
nuestros asuntos patrimoniales netamente leoneses.
No ha mucho ocurrió en los hallazgos
adyacentes catedralicios, donde, en verdad, también faltó claridad municipal en
origen, hubo vacilaciones posteriores, y
al final se hizo lo que se pudo. Hoy en
Palat se pretende, de sopetón, “sepultar historia leonesa en piedras”, algo
que, tras una moderada oposición
municipal anterior, se había logrado
frenar. Parece que hay un especial
interés en no invertir en lo que a León diferencia y define cultural e
históricamente, desconectándonos así de nuestro pasado y cerrándonos la
posibilidad de mostrarlo al visitante.
En
el colmo de la improvisación, se inician las obras de enterramiento
diciendo que, “sobre la marcha” , se decidirá lo que más convenga, ¿pero a quién?
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