18 de agosto de 2013

Santa Ana, en el recuerdo

En Agosto de 1997

DESDE SANTA ANA A PALAT DEL REY, POR OTRO “ROLLO”


A  pie como se disfruta de las ciudades,  al poder observar los edificios y las  calles que delimitan, así como plazuelas y rinconadas,  que, impulsadas por “felices” ideas urbanísticas, evolucionan no siempre hacia lo mejor,  hace pocos días, veraniegos de nombre, en una tarde  tormentosa,  caminé por Santa Ana en dirección al “casco histórico”,  con cierto espíritu crítico a flor de piel.  Y en verdad  que sentí agredidos mis nostálgicos recuerdos, por mor de “lo nuevo”.

El que fue conocido como Rollo de Santa Ana, antiguo arrabal judío con reminiscencias medievales lógicas, dado su origen, ha sido finiquitado “antes de ayer”, con el derribo de lo último de la parte civil o ciudadana del mismo, aún en pie; un edificio que, en sus pobres entrañas cimentales,  conservaba   restos del  aquél su origen.  He dicho civil, puesto que, la parte religiosa o eclesial,  la modesta iglesia  de sencillo campanario en doble espadaña de ladrillo permanecerá enhiesta, no podría ser de otra manera,  aunque aislada del entorno que la era inherente, en la proximidad del  Camino Jacobeo  y por delante del Burgo  de los Francos.
            
Con el edificio aludido, respetado, creo que por razones legales, en la última remodelación  de la plaza ante la iglesia, se iniciaba  una callecita que internaba al viandante, hasta no hace muchos años,  en un conglomerado de casitas con soportales, de  pilares de madera sobre “poyos” o basas de piedra granítica,  que prácticamente circundaban al templo citado.  Fue  originariamente iglesia  de un cementerio,  adscrita a la Orden del  Santo Sepulcro, posteriormente parroquia,  nombre ése que, por extensión, gozó el arrabal,  componiendo el conjunto una barrio judío  extramuros del recinto amurallado Legio.  Y “lo han desaparecido”, modernamente..   Ni el más mínimo resto o muestra  de él se ha tenido a bien conservar.
            
Conviene recordar que este arrabal,  estuvo bordeado por el conocido como Camino Francés de peregrinación  hacia la tumba del Apóstol Santiago,  y bien merecía la conservación de un detalle externo, muestra de la arquitectura que lo conformó  hasta hace “pocos días”.  Y dónde mejor que en esa placita,  hoy con fuente moderna incluida,  para  poderlo contemplar  y conservar;   por ejemplo: una muestra de soportal.

No resulta difícil imaginar, con mentalidad tradicional leonesa, en el Barrio aquél, a la gente  de la Sobarriba recogida trasitoriamente en los soportales próximos a la iglesia de Santa Ana, como lugar de reunión, con sus cruces parroquiales, conforme les exigían las Ordenanzas de su Hermandad;  en una mañana fresca de abril pasada la Pascua, para cumplir con su voto oferente de cera a San Isidoro.  Ofrenda que, a partir de 1.505, por razones que no hacen al caso,  realizarán en la ermita de la Virgen del Camino, hacia donde, terminada la concentración aludida, se trasladarán procesionalmente   siguiendo la Ruta Jacobea.
            
Volviendo a la actualidad; los restos del edificio derribado, en verdad nada aportaban, en sí mismos, al modernizado espacio urbano adyacente erigido sobre lo que llamábamos el “rollo”.   Como anécdota recordamos que el inmueble, en su última etapa lindó con una conocida casa de lenocinio,  precisamente durante la etapa post-bélica,  incivil,  entre españoles. 

De siempre, en el mundillo constructor capitalino, se tuvo miedo al encuentro en el subsuelo de restos arqueológicos; yacimientos que abrían ventanas a nuestra historia y que en más de una ocasión  se silenciaron,  dado que, a la autoridad conocida como Patrimonio histórico,  se la temía por sus parones de obra sine día; especialmente si el Ayuntamiento no estaba demasiado interesado en el tema. Nunca han estado las cosas muy claras a este respecto.
           
Dos ejemplos de desigual respeto a las piedras históricas tenemos, no muy lejos del barrio que nos ocupa.  Uno de excelente tratamiento con el entorno amurallado, justo en el lugar donde estuvo una  Estación de Autobuses,  al principio de la calle dedicada a  D. Miguel Castaño. Y otro reprobable, el permiso y edificación posterior de un moderno edificio para Correos con fachada de plástico,  junto a la muralla medieval, una vez que se hizo desaparecer inexplicablemente,  en su totalidad, el antiguo Hospicio.
Por supuesto no todo lo apuntado es imputable al actual equipo del Regimiento municipal, pero sí en cuanto a lo concerniente a tratamiento que se está empezando a dar a la Iglesia de Palat del Rey.
           
Cuando hube llegado, con regular paso, ante esta iglesia que en el subsuelo oculta exponentes importantes de nuestra pasada historia, siguiendo sensiblemente la Vía del Mercado Mayor, las gruesas gotas de agua que empezaban  a caer, no me permitieron detenerme largo rato;  si bien y dado su abandono exterior  tampoco da para mucho la inspección ocular, sino es pensando en lo que fue y en lo que guardaba soterrado bajo su planta mozárabe del siglo X;  ¡ha sido tan   agredida por el paso del tiempo y las reformas!.   Pero cómo no destacar que oculta, bajo ella, siglos de historia desde la Legio originaria leonesa,  y  como templo, al igual que la de Santa  Ana, perteneció, un tiempo,  a la Orden de San Juan de Jerusalén, del Santo Sepulcro.
La Junta Autonómica que nos administra, y  políticamente trata de regirnos y  de escribirnos otra historia; parece siempre dispuesta a sorprendernos y hasta ofendernos en nuestros asuntos patrimoniales netamente leoneses.  

No ha mucho ocurrió en los hallazgos adyacentes catedralicios, donde, en verdad, también faltó claridad municipal en origen, hubo vacilaciones posteriores,  y al final se hizo lo que se pudo.  Hoy en Palat se pretende, de sopetón, “sepultar historia leonesa en piedras”, algo que,  tras una moderada oposición municipal  anterior, se había logrado frenar.  Parece que hay un especial interés en no invertir en lo que a León diferencia y define cultural e históricamente, desconectándonos así de nuestro pasado y cerrándonos la posibilidad de mostrarlo al visitante.

En el colmo de la improvisación, se inician las obras de enterramiento diciendo  que, “sobre la marcha” ,  se decidirá lo que más convenga,  ¿pero a quién?

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