Desde Nueva York,
el señor Rajoy, haciendo un nada convincente juicio crítico del movimiento
ciudadano ante el Congreso de los Diputados, o mejor alrededor de él, no se le
ocurre mejor cosa que descargar sobre los no
asistentes al acto, el peso de la asunción de todas sus actuaciones en la
gobernanza de la nación española. Pero fue más allá, les colocó, o debo decir
mejor, nos colocó, además, la condición de “buenos ciudadanos”.
Un apunte antes
de proseguir. Parece querer contar con la mayoría silenciosa, y cree ganar su
confianza con el halago de situarnos sobre la peana de buenos ciudadanos,
aislándonos así de otros, los malos de la película, los que salen a la calle a
mostrar su disconformidad con los recortes que las anteojeras europeas que
lleva puestas por mandato de las “Merkel exigencias”, nos llevan del mal en
peor.
Los leoneses
situados en el ente que hoy gobierna Herrera, debemos ser de los buenos, pues
adormecidos en la distancia de los tiempos, y atrapados engañosamente en los
manejos del ente autonómico, bastante inactivos en la reivindicación
manifiesta, nos dejamos conducir hacia una identificación castellanoleonesa que
nos anula.
La “letra con sangre entra” es una moraleja colateral dimanada de esta expresiva fotografía que muestra la represiva realidad del momento…
No podemos dejar
que la crisis nos anule aún más identitariamente. La utopía, o mejor el anhelo,
o la simple ilusión con cuerpo de realidad, podía ser que primara el juicio de
reconsiderar si todas las autonomías tenían el suficiente fundamento histórico
para estar donde están, o como en el caso de los leoneses se hiciera prevalecer
nuestro pasado histórico y el referéndum prometido; y ahora, reactivado,
nos permitiera expresar muestro derecho constitucional a elegir
definitivamente destino autonómico.
El Estatuto que
nos aprobaron, también lo recuerdo una vez más, está falseado de origen.
La
madre de todas las falsedades está en la Ley Orgánica 4/1983, de 25 de febrero
del Estatuto de Castilla-León, (así está
escrito para empezar). Y precisamente
unas líneas más abajo de las dedicadas
por Don Juan Carlos I, Rey de España, a decir que sanciona esta Ley, se afirma con total
rotundidad: “…el pueblo castellanoleonés
ha expresado su voluntad política de organizarse en Comunidad Autónoma…”
Así las cosas, ni es necesario
leer lo que antecede a aquéllas, y mucho menos lo que sigue, por una razón de
elemental raciocinio: El pueblo
castellanoleonés, no ha existido nunca, repito ¡nunca! De ello se deriva que un
pueblo inexistente no puede expresar ni ésta, ni ninguna otra voluntad. Todo el
articulado posterior es ilegítimo…
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