"Era un humilde papón"
Cerró el teléfono con suavidad, mecánicamente, su pensamiento estaba en lo que le acababan de comunicar. En forma de petición, casi rozando la súplica, su interlocutor le acababa de meter en un grave apuro: ¡Tienes que ser el pregonero de la Semana Santa, este año!
Un encargo que no le iba a resultar fácil rechazar, y menos aun olvidar de forma tan sencilla como le estaba resultando guardar el móvil en el bolsillo de su chaqueta. ¡Tenía que haber soltado un no rotundo a Roberto! un buen amigo sí, y mejor papón, secretario accidental en la Junta Mayor, pero le estaba metiendo en un grave aventura.
Caminando deprisa por Ordoño II, halagado allá en el fondo de su mejor sentimiento leonés, luchaba consigo mismo entre aceptar, atendiendo a su mejor compromiso con León, o rechazar de plano ante la dificultad que encerraba.
Aquéllo de que el pregonero que tenían comprometido había enfermado repentinamente, sonaba plausible; lo que ya no le encajaba, era que le hubieran elegido a él como repentino sustituto. Pero ahí estaba Roberto, tan amigo como persuasivo, pidiéndoselo a él, un humilde papón, de raigambre, pero poca cosa más. Y aunque cerró la conversación con un “te llamaré mañana para confirmarlo”, en su intención flotaba ya una incipiente idea de confirmar la actuación.
Cuando entró en el portal de su casa, después de haber caminado un largo trayecto, entre reflexivo y preocupado, ya tenía tomada la decisión: ¡Lo haría! Como primer paso empezaría por madurar un esbozo de guión que resultara aceptable y no demasiado comprometido. ¡Discrepaba en tantas cosas! Y aunque así se lo había lanzado a Roberto, tampoco le había valido como disculpa.
Lo suyo sería ir sobre lo elemental y popular, así nadie le podría reprochar de inconsecuente o de advenedizo. Por ello, de modo especial, se propuso exprimir el valor de los años vividos. Lo observado y experimentado desde su óptica de componente del pueblo llano, y de papón convencido.
Durante la noche, un tanto insomne, rememoró vivencias de la niñez y juventud en torno a esos días de vacación. Jornadas de plena dedicación a la Semana de Pasión, precedida de la inacabable Cuaresma, con aquellos ejercicios espirituales por imperativo eclesial que marcaban una época. Y la propia Semana Santa, durante la que se cerraban los espectáculos, y las procesiones copaban todo: ánimo, mente y vida.
A la mañana siguiente, más relajado, empezó pergeñando retazos de lo que podría ser una plática al uso. Lo plasmaba a lapicero sobre unas hojas recicladas, destacando conceptos, ideas y algunos adornos florales como:
Me gustaría saber pulsar las cuerdas que hacen vibrar los sentimientos…hacer aflorar el hondo penar que, sobre las andas de la recia tradición, lleva nuestra Semana Santa.
Cada procesión, es una manifestación religiosa de dolor que se ha venido incardinando en la cultura leonesa, en el comportamiento de los leoneses, con señas de identidad propia… que ha ido de lo repetitivo a la costumbre, cual eslabón básico para acceder a la tradición, e instalarse como compromiso socio-religioso…
A media mañana, ya con apuntes e ideas a rebosar, en una breve llamada dio a Roberto su conformidad; el temor ante lo desconocido no se le había ido del todo, pero, el suspiro de alivio que creyó escuchar a Roberto a través de las ondas al comunicárselo, terminó de recomponer su ánimo.
Cortada la comunicación se sentó ante el ordenador para escribir, pero no sin preguntarse: ¿Por qué no ha de poder ser pregonero, alguna vez, un sencillo papón en vez de un gran personaje?
Pura autoestima es eso, se contestó y con cierta inquietud empezó a escribir:
Reflexiones para un pregón.
Las Procesiones de Semana Santa en la capital leonesa…
El drama de la Pasión, fragmentado, a retazos, como secuencias fijas, que el pueblo empezó a sacar a la calle portadas a hombros sobre toscas “andas”, sin duda eran remedo de las que se desarrollaban en los claustros monacales: San Claudio, Santo Domingo, Descalzos…
Lo que empezó siendo expresión de fervor religioso, recuerdo y especialmente penitencia; el dinámico evolucionar del pueblo lo ha ido transformando en expresión estética, con la intervención cuidada del arte escultórico, más el componente de boato que gustamos dar a aquello de lo que nos consideramos artífices.
Ciertamente que el hermano cofrade, nominado en León con rotunda sonoridad: papón, acopla su generoso hombro al “brazo” del “paso”, livianamente almohadillado, que Jesús, el Crucificado, no tuvo, y sin duda no buscó, para protegerse del desgarrador roce del madero de la cruz.
El sesgo alternativo, en vaivén, de uno a otro pie, como forma respetuosa de progresar, ha venido siendo una seña de identidad acorde con el sentimiento leonés. El suave y reverente mecido puede ser la única licencia permisible. Lo demás, lo saltarín, perdonadme, sobra…pues choca, cuando menos, con nuestra sobriedad costumbrista.
Dejó de teclear. Con el borrador en la mano se levantó, e inició una serie de cortos paseos por la habitación. Imaginariamente se veía ante el atril del orador, en el “escenario”, teniendo junto a él a las autoridades, Abades y dirigentes de Hermandades y Cofradías. Y ante sí, al gran público leonés. De celebrarse este acto en el local de los primeros pregones, valdría anecdóticamente aquello de:
Este salón en Santa Nonia de nuestra Caja de Ahorros, ésa que antes mostraba orgullosa un león en su anagrama y hoy, como Caja España, un toro, se asienta sobre lo que fue una antigua estación de autobuses, a la que, precisamente, llegaban nuestros paisanos de la provincia, más para participar, que para ver las procesiones, allá cuando apenas eran tres, de negro luto, las Cofradías de la capital leonesa…
Sentándose de nuevo, volvió a la escritura. Le preocupaba sobre manera lo que aún faltaba por decir, pues, de ningún modo deseaba que sonara a reprimenda o reconvención. Escribió:
Transcurrían las procesiones, antaño casi todas, hoy muchas de ellas, por calles de tortuoso trazado, tan antiguas como la propia ciudad, que añaden una dificultad más al esfuerzo del bracero. Especialmente a partir del momento en el que las escuetas y planas andas, se han ido sustituyendo por otras mayores, escalonadas para realzar las imágenes o grupos escultóricos, que me resisto a calificar de “tronos”.
Añoro los años de sencillez en andas e imágenes, la sobriedad de la marcha, en especial por calles recoletas que invitaban a participar, comprender y meditar a los leoneses.
El esfuerzo “paponil” de la puja, mezcla cada vez más de tradición… y religiosidad, es un arte. Nos preocupamos que lo sea, y así lo transmitimos. Pero en lo que nunca debemos caer es el juego de la exhibición, que prime lo teatral sobre la representación escultórica dolorosa de lo que fue el Gran Drama del Hijo de Dios, que portamos.
Hoy “vendemos”, bajo el crematístico manto de lo turístico, nuestras procesiones, las clásicas, y las que ha traído la atrevida eclosión de Cofradías, que reclaman su espacio. Hay profusión de pasos, con ornamentación floral humanamente ostentosa, que choca con la humildad de quien dio ejemplo bien distinto.
Hizo una nueva pausa. Impostando la voz leyó lo que restaba en el borrador, cual si ya fuera el pregonero oficial. Del breve ensayo coligió dos cosas: había que suavizar lo escrito, y, sin cursilería, modular el ritmo. Seguidamente transcribió:
El espectador, es eso, espectador. Lejos queda aquel público que aportaba recogimiento y fervor. El del “dainos”, por ejemplo, sencillo y comprometido. Espectador, pero activo en la fe. Hoy el gran público no vibra ante el drama, se queda en lo estético. No reza, aplaude el esfuerzo de una puja exageradamente basculante y musicalizada. Alborozadamente pide espectáculo…Y por lo que veo no falta quienes están dispuestos a dárselo.
Hacer “saltar” las imágenes que nos deben retrotraer al dolor, es tan contraproducente como ilógico. Y nuestra cultura leonesa, de sobria dignidad, aun con la evolución lógica de los tiempos, mal, muy mal, lo puede asumir.
Mucho me temo que de las dos constantes: religiosidad y tradición, en la Semana Santa leonesa, se esté trastocando el orden prioritario, y la tradición esté pasando a ocupar un primer plano como razón o conveniencia para ser papón.
Llegada que ha sido la hora… la de la reflexión profunda sobre el comportamiento cofrade… me atrevo a proponeros, queridas hermanas y hermanos papones, con la mirada puesta en el ayer histórico, aunque sin aferrarnos a él, pero también sin rechazos, ir en pos de la puridad de nuestro procesionar penitencial, sabiendo portar la verdad del inmutable drama de la Pasión…Y todo con el gran decoro de la sobriedad de un pueblo que sabe de sufrimientos.
El reloj despertador emitió un sonoro aviso, eran las seis y media del Viernes Santo. Abriendo los ojos, soltó un suspiro de alivio. ¡Todo había sido un sueño!
El negro hábito, colgado de una percha ante él, venía a colocarle ante “su realidad”: ¡Era papón y bracero!... Lo otro, lo soñado, permanecería indeleble en su interiores de leonés comprometido.
Las fotografías me han sido facilitadas por un buen amigo y leonesista: Vicente Vidal, presente en alguna de ellas.
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