Y nada mejor que con el ropaje de la dignidad para quien, formando parte de la identidad cultural de un pueblo, está reforzando su presencia festiva entre nosotros.
Las tradiciones nos motivan a los leoneses, siempre lo han hecho. En colectividad sabemos vivirlas, incluso disfrutarlas, y no es un dato menor, aun cuando como pueblo conjuntado fallemos demasiado.
La Navidad leonesa, ahora más que nunca, nos está invitando a dedicar un preferente lugar para él. ¡Lo estamos recobrando con vigor! Y no estaría de más que, en busca de un puesto imperecedero, nos obliguemos a defender su pureza leonesa, frente a posibles acoplamientos foráneos.
Aboguemos por lo que debe ser algo más que un adorno. Tomémoslo como la arbórea representación de las tradiciones de un pueblo, precisamente en la Navidad de los buenos deseos, aunque éstos no duren más allá de la festividad originaria; pero que, repetitiva, con la constancia del calendario, vuelve y vuelve…
Cubramos su noble esqueleto de madera con la vitalidad de lo propio, aunque parezca que el sentimiento se nos cuela por entre los calados hilos de alguna antigua puntilla, que seguro atesora el calor humano de Filandones familiares. No todos, ¡lástima!, podremos encontrarla con tal cualidad; pero una moderna, a la que generosamente confiemos esos valores, cumplirá su cometido.
No pueden faltar los humildes complementos de antaño, dulces o golosinas, tan caseras como el propio Nadal. O los frutos secos, fáciles de conservar y siempre a mano, pendientes de hilos a veces demasiado toscos, pero aprisionados con nudo generoso. Y qué decir del acebo, la hiedra, el laurel…verdes elementos que han de conservar su espacio de adorno vegetal. Lo sintético tiene otro campo, mas no es desdeñable.
No importa demasiado que a algunos les demos un toque de modernidad, todo se renueva, pero su esencia, su mensaje, el de un pueblo que sabe cantar a su Navidad, debe perdurar con el sencillo encanto de lo que fue, y debe seguir siendo.
Raigañu
Y situado por derecho propio en cada hogar leonés, pongamos la limpia mirada, a través del espacio triangular de su estructura, en busca de los recuerdos más queridos. Pues de eso se trata, de recordar lo bueno para compartir, y eludir lo dañino.
El Ramu de Nadal, es la más genuina aportación leonesa al complejo mundo de una generalizada festividad. Y ya que estamos instalados en el loable deseo de hacerlo pervivir, cantemos también las jugosas coplillas que siempre lo han acompañado, confiriéndole personalidad bien diferenciada.
¡Feliz Navidad 2011 para todos!
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