2 de septiembre de 2011

EL PONFEBLINO

De carbonero a tren turístico en potencia.

En septiembre de 1997 escribí un artículo de opinión, en La Crónica, que titulé: ¡Cárguese este trenesito
Tenía el título su origen en una frase que pronunció hace bastantes años, un niño mejicano, probablemente agradecido a mi actuación, pues les había ayudado a reponer una rueda pinchada, inoportunamente, en su viejo “carro” familiar, una especie de “haiga”, allá por Valdelafuente, desde donde hube de acompañarlos, dado su desconocimiento de la capital a un lugar de reparación. La soltó el chaval en tanto en su generosa mano me tendía un silbato, de color azul, muy pálido, con forma de tren.
La parte final del artículo la dedicaba al tren carbonero de Villablino a Ponferrada de la empresa M.S.P., que también transportaba viajeros por unos valles preciosos a orillas del río Sil. Un ferrocarril al que, ya hacía años, le habían suprimido esa hermosa y necesaria faceta, y ahora  con el nombre de PONFEBLINO, como tren turístico, gentes con honrada y generosa intención trataban de recuperarlo”.
En la actualidad, FEVE, experta en vía estrecha, quiere tomar de la mano aquel proyecto, y mejorarlo. La Junta autonómica también tiene voz en el asunto, y eso más que ayudar, lo que hace es frenar, y sin el arenero ferroviario clásico. Con indolencia.
A modo de separata, bajo una fotografía del tren de antaño, coloco un relato, una peripecia personal y muy aproximada a la realidad, que irá formando parte de unas notas casi biográficas de un libro en busca del sentimiento, vivido, llamado leonesismo.



"... Aurelio, en la Estación solitaria y desangelada, reaccionó buscando por las vías a alguna persona del servicio de trenes, por si quedaba alguno de los carboneros que regresara a Villablino.
En una composición mixta de vagones tolva, de carga, y coches de viajeros vacíos, vio a una persona, y rápido acudió allí; se identificó como empleado de la empresa, que necesitaba regresar a Cuevas…
-Voy a ver a Emilio, el del Economato, que está enfermo ¿le conoces?
-Por supuesto. Contestó el ferroviario,  antes de presentarse:
-Soy Fulgencio… y poniendo un énfasis especial en la voz añadió… el maquinista de la 55, aquí, en el trasbordo de carbón.
-Pero hoy voy a conducir éste, añadió, señalando al convoy en vía estrecha de cara a Villablino, en el que, la máquina, de vez en cuando soltaba un corto chorro de vapor de inacción controlada, que ponía un poco de viveza en un entristecido ambiente.
-Voy a arrastrar esta composición dentro de unos minutos, de modo que sube a un coche y aunque no tengo parada en Cuevas rebajaré lo suficiente la velocidad para que puedas apearte.
No dudó ni un instante en subirse al primero de los coches, el más próximo a la locomotora. Era de madera, como todos, y estaba vacío y frío; en él experimentó la destemplanza de una y otra cosa, aun cuando pasara un tiempo hasta que sus ojos, acomodados a la oscuridad,  le permitieran comprobarlo con la escasa luz exterior.
 Dando un brusco tirón, el tren se puso en marcha.
 De nada podía protestar, era lo que había, y la juventud puede con todo. Al punto que, hasta consiguió dar unas cabezadas, rotas por el silbido ocasional del tren en, al menos dos ocasiones, lanzando una tenue columna de vapor a la oscura noche, pitidos que sirvieron para alertarle. 
A Fulgencio, el orgulloso maquinista de la 55, una locomotora de vapor de origen británico fabricada a finales del siglo XIX, y con amplia solera de servicio en Bilbao antes de que la trasladaran a Ponferrada, se le olvidó el pasajero en un tren del que ninguno de los dos eran habituales y no redujo la marcha en el momento adecuado, en Cuevas, de modo que muy a su pesar, Aurelio hubo de seguir hasta Villablino.
Al día siguiente, por la mañana, iría a ver a  Emilio, y el tren sería motivo de todas sus disculpas…"


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