Desconozco a quién se le ocurrió la peregrina idea de quemar un remedo de edificios con historia, y junto con ellos, fuera de lo simbólico, un pasaje histórico de enorme importancia siempre, secuestrado en sus valores durante siglos, mediante artimañas de los que se erigieron en historiadores de lo leonés, y puesto en valor, no sin esfuerzo, por la UNESCO en 2013, para que ahora a un edil de mayor o menor rango, o persona de él dependiente no se le ocurriera otra cosa que erigirlo como falla ... y QUEMARLO.
Veamos dos detalles
Con dos canastillas de flores una rubia representante del pueblo llano acude a la llamada del monarca, toda una licencia del artista fallero. En la otra mano del trono, un personaje, poco leonés dado su cachirulo rojo, labrantín u hortelano a tenor de su azada al hombro, se dispone a legislar al lado del rey. El pueblo se está disponiendo junto al clero, siempre entrenado en el mando, y la nobleza poderosa en armas y huestes, para la elaboración de los Decreta, 1188. ¡Ahí es nada!
Un barbudo rey, bien sentado, no asentado en edad histórica, tiene en ambas manos, para que nada falte, más mecha, documentos, ¿por qué no los Decreta? ... y ya puestos ¡al fuego también!
Otro símbolo para la hoguera
Los pendones, nuestras más grandes enseñas, las del gran reino medieval de León, que el mismo artista quiso colocar como la última remembranza de ellas a las puertas del Parlamento en Madrid, junto a los leones, aquí dispuestas para la hoguera. Los paños arderán con presteza. ¡todo un lujo!
No podía faltar el letrero "León Cuna del Parlamentarismos" había que dar fe de lo que se quemaba. Ante tamaña perspectiva surge una estudiada crítica mía en Diario de León 2/7/2019:
Falla… en qué fallamos los
leoneses
¿Se ha pretendido llevar lo
leonés a la pira purificadora que reduzca a cenizas la aventura de rememorativa
de un pasaje de nuestra historia? He ahí
una pregunta que brotando desde el lugar de los sentimientos puede parecer
fruto de la una exacerbada
intransigencia.
Desde que Díaz Villarig, efímero
alcalde de León capital, fruto de un
pacto llamado cívico, durante 1987/1988,
mandara colocar algo en la plaza Santo Domingo sobre la fuente
central, con más aspecto de falla que de
pila informe de maderas para una fogata festera u “hoguera de San Juan”, al consistorio legionense parece haberle
entrado el gusanillo fallero.
Y este año, al equipo dirigente reenganchado mediante
transitoria apelación judicial por asunto de votos, echando mano de lo que parecen estar
dispuestos hasta de banalizar: “León
Cuna del Parlamentarismo”, encargó a algún artista fallero ejecutar en el
polígono de Eras, un conjunto de edificios y símbolos que nos recuerda tal efeméride y circunstancias. Cuando hablo
de “ejecución” muestro implícita doble intencionalidad, pues hemos
pasado del olvido forzado de la efeméride hasta intentar reducirla a brasas
sanjuaneras.
Si fuera espectador de la pira
flamígera, y está muy lejos de mi ánimo serlo, nunca se me ocurriría aplaudir
la consunción de los símbolos que contiene, téngase en cuenta el
condicional. Se van a quemar monumentos
fáciles de reconocer, que nunca puede estar en nuestro ánimo que desaparezcan.
Esto en cuanto a lo estático construido.
Lo dinámico, los pendones, desplegado el “paño” ondulante, son un
símbolo identitario leonés, que, en su conjunto, aunados e izados, representan a un reino. ¿quemarlos, por qué?
Mención aparte merecen los
personajes, colocados a la sombra de la torre de San Isidoro donde el gallo
gira observando a los que contemplan la obra.
¿Qué delito cometieron los representados
para que nosotros como modernos inquisidores los condenemos a la
hoguera? El ensayo de parlamentarismo que contribuyeron a estrenar, por
supuesto ni estaba próximo a la herejía
ni su postura era criticable… ¿entonces, siendo aplaudible, qué hacen ahí?
En las fallas valencianas la
intencionalidad satírica está en la esencia viva, no se pretende quemar
valores, sino los acontecimientos y situaciones que siendo objeto de crítica,
se censuran, ridiculizan o denuncian, entiendo que con intención de alertar y
hasta de revertir.
Yo aquí, en la supuesta “falla”,
si algo veo criticable, y con nitidez,
es la extraña lectura que se hace de un acontecimiento histórico. ¿Qué se intenta satirizar en la falla? ¿Lo
monumental, lo histórico? ¿Acaso insinúan que hemos de llevar a fuego, humo y
cenizas, lo que la UNESCO nos ha reconocido?
No creo que pretendan, además,
que como acto de cierre se cante el himno a León, pues sólo faltaría.
No está demás añadir que las dos figuras representantes del
pueblo, la señora con canastillo de flores, es muy dulce, y el labriego con
azada al hombro, parece escapado de un nacimiento. El rey, mayor y serio, tiene en las manos dos pergaminos, de modo
que, puestos a quemar, ¡empecemos por los documentos!
Si la afición fallera se consolidara en León como algo novedoso, y
oportuno también para aquí, porqué no, búsquese
lo criticable, y no lo confundamos con lo histórico a difundir.
Veamos la verosímil sátira: La
misma torre, el mismo gallo pero doblado su eje para que pueda contemplar cómo a sus pies, en 1997
hombres de bata blanca, de sesudo aspecto y grandes gafas, entran y salen del
Panteón Real, llevando bajo el bazo fémures tibias y húmeros para recomponer su
historia, sus dueños o dueñas. Y... en 2019 aún se espera el resultado!
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