Si cada Navidad era un
ensueño, al periodo vacacional de la de 1940
algo novedoso vino a añadir un punto de emoción. Ni el “belén”, que disfrutó ayudando a montar, ni la esperada llegada de los Reyes Magos, ni
la presencia del “Ramo”, que tanto gustaba a su padre colocar en lugar
preferente, pudieron con una rara zozobra investigadora, muy de corte infantil,
que le inundaba.
Había oído Daniel en
casa, a sus padres, que la abuela Inés, abuelita la llamaba él, había puesto su
rostro para la portada de un cartel, anunciando una sonada celebración.
Tal era el tema de
conversación, que, si echaba el recuerdo atrás, no le resultaba desconocido, pues
ya había antecedentes memorísticos. Pero nunca lo habían hablado estando él
presente.
Sin saber la razón este año sus padres habían retomado el tema;
y sin necesidad de aguzar el oído de modo especial, en la distancia pudo escuchar en boca de su padre:
-¡Tu madre debió haberlo contado antes en
familia!
¿Qué grado de
culpabilidad ocultaba la abuela? Y no en solitario, pues algo debió tener que
ver el abuelo. Pues con no menor enjundia le citó:
- Peor estuvo aún tu
padre, adoptando el timorato gesto de pasar por ello, cual si no le afectara!
Al parecer, el abuelo
Víctor, todo bondad, o extraña mansedumbre, era acusado de consentidor de no sé
qué pecado de la abuela.
Para Daniel tomó
especial valor la frase, al ir acompañada de un discreto golpe con los nudillos
de la mano sobre la mesa del comedor. Sonido
que, desde una actitud estricta de su padre, buscaba orlar sus acusaciones con un cierto grado de enfado.
El porqué, no le interesó
de momento, el velo de la intriga estaba
en ver el cartel. Suponía que al menos una copia estaría oculta en algún
lugar de la casa de los abuelos. Lo peor era que, tal como parecían ocultar el
acontecimiento, no le iban a facilitar el acceso, ni tan siquiera
indirectamente. Lo que venía a
acrecentar la intriga.
Pero su ansia
momentánea por descubrirlo se fue
enfriando con el transcurso del tiempo. En parte por no saber cómo hincar el
diente al asunto, pues, si se lo
ocultaban sus padres, para él debería
ser desconocido. No le interesaba mostrar que tenía el oído presto.
Los últimos
acontecimientos de la que llamaban guerra civil, y los años cuarenta de penurias
y escaseces, conocidos como los del hambre, fueron poniendo un velo al asunto
del cartel, hasta el punto de hacerle sospechar que no había existido tal cosa.
Hasta que el tiempo, perseverante y demoledor, fallecidos sus antecesores, abuelos y padres, y desmontado el piso de sus
vivencia infantiles y juveniles, puso en sus manos un “programa de actos” de
1920 con relación al Fuero de León. Lo había encontrado entre los libros que
guardaba su padre en un armarito biblioteca, a modo de secreter, donde casi
diariamente, había podido verlo enfrascado en tareas de estudio y escritura.
La señorita que de
perfil aparecía sonriente en la tapa, le
trajo a la memoria aquella inquietud de la niñez, entrelazada con retazos de conversaciones privadas de sus
padres, a cerca de la abuelita Inés, que, al parecer, había puesto su agraciado
rostro para una especie de cartel.
¿No se trataría del mismo
acontecimiento? Sin duda había estado en el entorno de 1920. Hoy, cuando las
campanadas del Losada de la Puerta del Sol de Madrid, estaban a punto de
adentrarnos en el 2017, casi cien
años después, y transcurridos ochenta desde
las últimas conversaciones paternas sobre el “cartel”, algo le decía que, de
existir, anunciaría la efeméride del Fuero de León.
Rebrotó la inquietud de
la niñez, y con mente adulta, ya de vuelta de demasiadas cosas, comprendió que
debía emprender alguna acción investigadora para aclarar u olvidar
definitivamente la supuesta existencia del anuncio conmemorativo.
Al desmantelar el piso de
sus abuelos, recordó, algunos muebles y
utensilios fueron a parar a un trastero en alquiler. Tenía un pálpito. Centró
el recuerdo en el distribuidor de entrada.
Allí destacaba una consola con fingidas columnitas en las esquinas, sobre
la que gravitaba, bien anclado a la pared, un gran espejo de marco dorado y
envejecido; ambas piezas componían un conjunto de cierta prestancia. Ése sería su objetivo…
Ufano, llave en mano,
que su hermana le había facilitado sin mayores preguntas, se encaminó hacia el
sencillo trastero. Estaba en una casa nueva, con pequeñas habitaciones de
alquiler en la zona adyacente al garaje.
No tardó en comprobar
que la consola estaba allí. Fue su primer golpe de vista. Y al acercarse para
observar el espacio existente entre ésta y la pared no se sorprendió al ver que,
discretamente protegido por un paño de desvaído color verde, el
espejo también estaba en el lugar. Terminó destapándolo totalmente.
Bellamente envejecido,
un largo siglo de vida lo avalaba, en su
contorno biselado el azogue que en origen habían dado al cristal, sufría
estragos de alteración en forma de ramos que irregularmente aparecían en la
lámina del espejo.
Lo miró con ojo
crítico, pero pronto puso su atención en el dorso. Tras un fondo de ocumen, bien sellado en su momento con papel
encolado, podía estar la clave. Removerlo requería alguna herramienta. Por ello
hubo de esperar al día siguiente.
Una navajita y unos
pequeños alicates, eran sus herramientas, pero la inquietud era grande cuando
inició la tarea propuesta. Rasgó el papel, desenclavó las finas puntas que
daban fijación al ocumen, y auxiliado por la hoja de la navaja, con cuidado, más por zozobrante emoción que
para no causar daños, lo levantó…
¡Y allí estaba! Bien
aislado, protegido por papel de celofán, se encontraba el cartel. Lo contempló
largamente…
Era un joven rostro de
su abuela Inés, que desconocía. Tan exultante y bello era el retrato, que el
pintor, muy al estilo de la época, debió plasmarlo con agrado. Posiblemente el
mismo autor lo superpusiera en el boceto del cartel que tenía a la vista.
Sus enrojecidos labios,
sin alterar las comisuras, adoptaban un esbozo de sonrisa, mientras sus grandes
ojos parecían mirarle con fijeza.
No tardó en decidirse por llevar el cartel, el retrato de su abuela,
a su domicilio actual. La “joya” ¡nunca había salido del hogar de sus abuelos! Puede que, vencido el supuesto apocamiento, el
abuelo Víctor no encontró mejor modo de censurarlo ¡Nadie
lo conocería!
Enmarcarlo y tenerlo a
la vista sería sin duda poner un excelente broche a una inquietud investigadora
que había surgido en él años atrás
Un buen regalo para la
Navidad 2016 a punto de iniciarse: La “familia” y el espíritu de la Navidad se
reencontraban. La duda estaba en silenciar lo acontecido, dado el puritanismo
que lo enclaustró, o usarlo como un estupendo relato navideño para sus nietos…
Por otra parte, contemplarlo,
sería su mejor manera de celebrar el feliz acontecimiento del milenio del Fuero
de León: 1017/2017. El Ayuntamiento de la capital provincial de León, empezaba
a anunciar unos fastos, que, para su agrado, sonaban a demasiado localistas...
* La fotografía del "Ramo" es de Chema Vicente. Gracias amigo...
** La composición del cartel es "mia"(tomando de aquí y de allá)
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