En un medio de León dejé dicho:
En la que fue “Gran Vía” leonesa, en
Ordoño II, hoy adoquinada y con tan grandes como insulsas jardineras, el sábado
día 25 de abril de 1998 pude ver y escuchar a un grupito de leoneses de
Villaobispo de las Regueras, manifestando públicamente su disconformidad con el
inapropiado tratamiento dado a los cruces viarios, al mismo nivel, en la “vía
rápida” llamada Ronda Este. Esos cruces
tan peligrosos como desfasados en el tiempo y las circunstancias viarias,
demuestran bien a las claras la inexactitud de aquel calificativo dado en
función de la agilidad del tráfico que con ella se podía conseguir.
Tenemos
lo que nos merecemos. Nuestra abulia, nuestro “pasar”, como ahora se llama a la
cómoda postura de hacer, aparentemente, caso omiso de lo que nos rodea,
especialmente si ello requiere esfuerzo y presencia física, nos empuja a dejar
“enfriar” las cosas, o a esperar que
otros lo hagan. Lo que no sé muy bien
es, si esto nos lo han contagiado nuestros políticos, como no falta quien lo
afirme, y no descabelladamente si
tenemos en cuenta su aceptar y callar
partidista, o es a fuer de sentirnos defraudados en las modernas
reivindicaciones leonesas. Solidarizarnos con alguien o con alguna idea, no es
una de nuestras más espontáneas virtudes.
El
corto número de reclamantes aludido, corrobora, bastante atinadamente, lo
último apuntado, pues, la Ronda Este no
es cuestión tan sólo de las gentes de
Villaobispo, lo es de todos los leoneses.
Ese cruce fatal que se cuestiona, supone un atentado a la inteligencia
colectiva leonesa, para saber discernir
lo que era medianamente aceptable tiempo atrás y ahora es improcedente y en
desuso. Pero no es éste sólo, hay otros
“puntos negros”, como el cruce para Puente Castro, en el Portillo; tratado de
solventar posteriormente con la
irreverente solución de intentar meter el tráfico por un puente de servidumbre
de fincas, tan estrecho como las calles del barrio.
El nudo de cruces ante Continente y el Polígono
10, “resuelto” semafóricamente mediante
toda una sinfonía en rojo y verde. O el cruce de Oteruelo, tan protestado, son
otros ejemplos claros de despropósito
aceptados. Y nos afecta a todos, pero
que más da, que reclamen otros. Parece como si la gran manifestación,
la de “León sin Castilla”, en el 84, se hubiera llevado todas nuestras energías
reivindicativas ciudadanas, agotando, al propio tiempo, nuestro don solidario.
A pesar de tener
prisa, ese sábado citado, me detuve al lado de los reclamantes un cierto
tiempo, menos del que el acto merecía, y de ello me acuso. Los niños
asistentes, proporcionalmente en buen número, influenciados, tal vez, por lo
visto en las películas, daban la nota de disconforme algarabía, auxiliados por
un artilugio con bocinas que trompeteaban llamativamente. Menos es nada. Supe que en el corte de la Ronda, primera
fase del acto que nos ocupa, hubo mayor
afluencia de personal.
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